Mae West y yo. Eduardo Mendicutti. Tusquets.
Ver de nuevo a Eduardo Mendicutti en las librerías siempre es una gran noticia, porque asegura una excelente lectura, con buenas dosis de gracia gaditana, tras la que, sin duda, se planteará un drama humano de una forma inteligente, sin abusar de la tragedia, sin cargar las tintas de melodrama o culebrón, pero con toda la realidad que el dolor impone a base de martillazos.
Esta nueva novela cumple todas esas expectativas. Nos encontramos ante un personaje originario de la provincia de Cádiz (lo que explica sus arranques de ingenio cómico, a dos y más voces), pero que ha desarrollado su vida profesional en Madrid. Es un diplomático que nunca ha tenido un destino internacional, que siempre ha desarrollado su carrera en el Ministerio de Asuntos Exteriores de la Plaza de Santa Cruz. Ese “fracaso” laboral, visto con los ojos de los compañeros de profesión, parece haber sido compensado con un don: la ventriloquía.
A partir de ahí y de una temprana jubilación debido a una enfermedad de la que se nos dan síntomas, pero no nombre, surge la historia de Mae West y yo.
Si en aquella “Nada” gloriosa de Carmen Laforet, no pasaba prácticamente nada, en esta novela acontecen muchas más cosas de las que, a primera vista, parecen suceder. La complejidad del devenir de la historia reside, precisamente, en contar mucho dejando que parezca que una temporada de baja actividad, en una lujosa urbanización junto al mar nos hará las delicias de sentir la brisa en la cara y el sol en todo el cuerpo, tonificando, y poco más. A lo largo de estas páginas se llamará la atención sobre la situación de fraudes financieros que surgen como setas en el mundo occidental, concretamente en nuestro país; se hablará de la avaricia de las familias por las herencias; de la falsa tolerancia frente a la homosexualidad; y se plasmará una enciclopedia de sabiduría cinéfila que haría las delicias del exigente, magnífico y difunto Terenci Moix.
La obra se sostiene, especialmente, sobre la estructura de un diálogo interior con una voz a la que se bautiza como “Mae West”, aquella actriz descarada del cine en blanco y negro cuyas frases pueblan imanes y camisetas siete décadas después. Esa voz, que utiliza algunas de aquellas genialidades/boutades de la intérprete del cine, mantiene en jaque a un protagonista que, de no tenerla, podría dejarse llevar por el pesimismo que acarrea la enfermedad.
Tanto es así que los capítulos se suceden, narrados en primera persona, uno por el veraneante prejubilado, y otro por esa voz que nos hará reír y nos hará también emocionarnos, porque detrás de su continuo desafío de sensualidad desvergonzada, detrás de su irreverencia, hay un objetivo: animar a Felipe Bonasera, ese diplomático y ventrílocuo amateur que se siente un tanto fracasado y un mucho apabullado por la enfermedad y sus consecuencias, así como por los efectos de la medicación.
Y además se planteará un misterio… que nos tendrá intrigados hasta el final mismo de la obra, como debe ser.
Pero hay mucho más. Hay reflexiones que se nos lanzan para que las desarrollemos. La muerte está ahí, en un escritor que un día está presentando su libro, y al poco, al muy poco, está de cuerpo presente. La muerte y, también, el sexo, la relación compleja entre el deseo adulto y las alocadas hormonas de una juventud que, a pesar de todo, cada vez es menos inocente y más consciente de su poder de atracción, así como de los beneficios crematísticos que éste puede reportarle.
Curiosamente, el sexo que se explicita más no será homosexual. Las escenas más subidas de tono se dan entre hombre y mujer. La seducción y su juego también. La contraposición de esa seducción heterosexual con el mensaje claro y directo del hombre joven (o adolescente masculino) es muy notable. ¿Habrá querido el autor ponerse un nuevo reto al describir este tipo de escenas? El grado de erotismo es muy alto, aunque no muy frecuente en la obra, y nunca está exento de una importante carga sentimental que lo completa.
En definitiva una novela más compleja de lo que su apariencia o su título parecen querer indicar y un contenido enjundioso, muy beneficioso para el organismo emocional, (como decían que era el aceite de ricino para el físico), pero envuelto en el delicioso, jugoso y ácido humor gaditano, esa película de azúcar que hace que nos traguemos la píldora para poder seguir haciendo frente a la vida sanos. Una delicia de la fábrica artesanal de Eduardo Mendicutti.