Gran parte del tejido empresarial español está regido por un puñado de empresarios arcaicos que desconocen el funcionamiento de la economía global en la que se mueven hoy en día, una economía en la que el trabajador ya dejó de ser un coste y se ha convertido en un valor añadido para la empresa.
Sin embargo, todos estos empresarios tratan a sus empleados como un coste que hay que intentar reducir, exprimiendo el fruto de su trabajo hasta límites insospechados, echando mano de la polivalencia y multifuncionalidad de éstos sin reparar en su satisfacción profesional o en su conciliación laboral y personal.
Porque el trabajador es un valor añadido para la empresa, y más para las empresas de servicios, las cuáles dominan el entramado empresarial español tanto en cantidad como en calidad. Este sector es intensivo en mano de obra, es decir, las personas son esenciales para su funcionamiento y no es lo mismo una que otra.
Con los precios cada vez más parejos y con casi todas las empresas ofreciendo productos muy similares, con calidades excelentes en todos ellos, la diferencia viene marcada por el servicio último que ofrece el trabajador de turno.
Y un trabajador satisfecho con su entorno laboral, involucrado en la consecución de unos objetivos comunes, y confiado en la validez de su trabajo, ofrecerá un servicio esencialmente mejor que un trabajador exprimido hasta la extenuación.
Ya es hora de que el concepto de trabajo varíe en nuestra sociedad, de forma que se desarrollen políticas de Recursos Humanos adecuadas, buscando la formación continua de los empleados, en aras de una mejora continua de los servicios ofrecidos a los clientes.
Cuando concluya esta crisis, las empresas que supieron aprovechar el tremendo valor añadido que les proporcionan sus empleados serán las primeras en levantar el vuelo, mientras que aquellas que eliminaron lastre, en forma de trabajo, sin reparar en mayores consideraciones, serán las que peor lo pasen, aún cuando la economía se recupere.