Tome un receso para calibrar mi creciente cinefilia e incluso retomar otras actividades, aunque la maquinaria de mi cuerpo no respondiera como quisiera por el cansancio. Dadas las condiciones, mi cerebro proyectaba en pleno reposo ciertos carretes empolvados de mi memoria, sobre todo de mi niñez con momentos contados de felicidad, caprichos infantiles y anhelos inocentes de hacer lo que en verdad deseaba, recordé luego al profundizar que estas añoranzas eran frustradas ocasionalmente por la autoridad paternal. Ciertos padres suelen desestimar sin querer la búsqueda inconsciente de identidad, pues solo actúan de acuerdo a su educación en las convenciones sociales.
Repentinamente me surgieron las ganas de mirar cintas realizadas por los estudios Ghibli, que tanto jubilo me trajeron durante esa época, y como era lógico en el momento, quería empezar con alguna de Hayao Miyasaki ya vista; sin embargo me topé con “Only Yesterday” –“Parece que fue ayer” en español- y pensé en darle una oportunidad a una visión opuesta, pero igual de valiosa, de su realizador Isao Takahata, otra de las figuras esenciales del legendario estudio.
Me dispuse a dejarme llevar por un relato pausado y ameno, aunque tan amplio en matices emocionales como el anterior, melancólico y denso trabajo de Takahata, “La tumba de las luciérnagas”. La sencilla historia -en apariencia- me cautivo desde el primer trozo animado, no porque tuviera escenas sorprendentes o grandilocuentes, sino por representar los actos cotidianos con sinceridad y sobriedad, haciendo dudar si estamos en realidad asimilando una animación. Los gestos y motivaciones se nos presentan sorprendentemente naturales, siendo tratadas con fluidez durante la travesía vital de su protagonista femenina –Taeko para los amigos- al remembrar una infancia con indirecta resonancia en su carácter inseguro y cohibido, aunque ella siga dispuesta a probar nuevas experiencias, por ejemplo trabajar en el campo junto a sus familiares. Este entorno sirve como catalizador al enfrentar las barreras formadas por su pasado, cayendo como anillo al dedo en mi estado anímico inicial.
En pocos planos –una economía de la imagen muy bien pensada-, captamos un acercamiento realista tan detallado y depurado, que un acontecimiento como consumir en familia una piña es algo casi pletórico. Pareciera que estoy describiendo un drama contemplativo, pero en realidad es cercano al espectador cuando toca aquella fibra sensible implícita en lo que hicimos a tan tierna edad. Sentimos una nostalgia que tan solo los grandes narradores pueden evocar, traspasando el contexto local nipón e interiorizamos sentimientos colectivos.
Siempre podemos contar con el estándar alto de calidad Ghibli en los detalles estéticos, desde los fondos hiperrealistas hasta las cuidadas expresiones faciales en una animación integradora y desorientadora, que engaña a la percepción por lapsos. En lo fílmico, cuando te involucras pasa prácticamente inadvertida la estructura de los tres actos.
El progreso narrativo jamás es subyugado por ciertas situaciones simpáticas que resultan graciosas, pues brinda dimensiones a los seres seguidos por nosotros en pantalla. Nos importan mucho, y a pesar de ser afables la mayoría del tiempo no son idealizados, sino humanos consecuentes de acuerdo sus arraigados valores propios. Se indaga de manera ecuánime en las bases éticas del entorno rural y el urbano desde la mirada subjetiva de los personajes, siendo una labor muy compleja por parte del autor al intentar ser imparcial cuando desvela los eventos tal cual se ven.
Irónicamente –en mi opinión al menos- consigue recuperar nuestra imaginación aparcada e ingenua, esa misma de la que tenemos ahora certeza al madurar y nos recuerda la vastedad dispuesta ante nosotros. Ya depende si la aprovechamos o no en la brevedad existencial del día a día.
Joya infravalorada del anime merecedora de un visionado.