Cultura

La bella durmiente, Museo del Prado. Hasta el 31 de mayo.

Sol ardiente de junio. Frederic-Lord LeightonEl Príncipe entra en el bosque. Sir Edward Burne-Jones

Aún queda todo un mes para disfrutar de las diecisiete obras del Museo de Arte de Ponce que se han dado cita en nuestro querido Prado. Puede que este número resulte pequeño para algunas personas, o que parezca no justificar una visita para quienes se dirigen al museo para ver la colección completa. Pero aquella amplia sala, en el primer piso del edificio Villanueva bien vale una misa, e incluso un número indeterminado de horas. Y no sólo por la dificultad de ver en España ejemplos de este arte tan especial como el prerrafaelita, dentro del delicioso arte victoriano británico; o por poder encontrar reunidos ejemplares de Millais, Rossetti, Burne Jones o Holman Hunt, el único que permaneció fiel a la “Hermandad” y sus principios estéticos hasta el final.

 

 

 

 

 

 

El mero hecho de poder perderse en ese inmenso lienzo de contornos turbios y neblinosos, algo que para mí lo pone en relación con el simbolista Pierre Puvis de Chavannes, que es El sueño del rey Arturo en Ávalon (traducción de The Las Sleep of Arthur in Avalon de Sir Edward Burne-Jones donde se ha omitido el importante adjetivo que acompaña a sueño: último), esa oportunidad es en sí misma válida para visitar esta exposición única en España tras varios años de sequía prerrafaelita que han seguido a la exposición que sobre el paisaje de ese movimiento trajo la fundación La Caixa, por ejemplo.

El famosísimo Sol ardiente de junio de Frederic Lord Leighton no defrauda por muchas veces que uno lo haya visto reproducido en revistas, postales y portadas de libros porque el sol que brilla en el agua ciega nuestra vista en directo, mirando a la tela, algo que nunca puede ser llevado al papel, por muy satinado que este sea. Se trata de una obra magnífica, por una pose escultórica donde la terribilita de Miguel Ángel se pierde bajo los pliegues de esa seda transparente y deliciosa y la atmósfera hace que, en el sopor del mes, casi se puedan escuchar los grillos que denuncian el calor y la latitud, como bien señalaba mi acompañante en la visita.

Todas las obras fascinan, incluso los bocetos preparatorios del gran lienzo de Burne-Jones que nos hablan de ese proceso creativo, de ese esfuerzo del artista por ir desde los desnudos (que él denominaba huesos de la obra) hasta los pliegues de la ropa o las formas de los escudos diseñados tras estudiar las armas celtas de forma pormenorizada.

Léhon desde Mont Parnasse, Bretaña, de Seddon, pone no sólo el acento en el paisaje y esa detallada atención de este grupo de pintores por la realidad, así como en la perfección de su técnica, sino que también nos transporta a una procesión vista a los lejos, una procesión de la que parece llegarnos algún eco medieval, alguna canción grave y profunda que podría servir también de banda sonora a la serie de The briar rose, El rosal silvestre, también de Burne-Jones, compuesta de tres lienzos donde se encuentran retratadas escenas de La bella durmiente, música que se enreda en los oídos como las zarzas de los rosales entre los personajes. Música que podría salir de las dos arpas, extrañas y preciosistas de la obra de Rossetti La viuda romana (Dis Manibus). En sí toda la sala embruja, de cada lienzo se pueden escuchar voces encantadoras, ecos antiguos, leyendas falsas o historias cuyos episodios resuenan lejanos y brumosos, historias rebuscadas aquí y allá por los pintores decimonónicos ingleses que quisieron romper con el academicismo, volver a la realidad, a ciertos temas moralizantes, anteriores a Rafael en formas y contenidos y que nos dejaron un reguero de belleza del que ha llegado a Madrid un afluente que no se secará hasta el 31 de mayo. Aconsejo bañarse en sus aguas de encantamientos.

 

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.