Del morir quiero hablarles hoy. Y eso que escribir sobre la muerte es algo muy poco habitual en nuestra sociedad, sobre todo porque no es un tema precisamente alegre por sí mismo y parece que a los lectores estándar no les hace muy felices que digamos. Hablar de la muerte es algo así como adentrarse en terreno pantanoso, poner los pies en materia oscura y resbaladiza sobre la que es fácil entristecerse y quedarse mohíno. En esta sociedad de la tecnología, de la conectividad y de las grandes soledades humanas, el tema de la muerte no está bien visto por la mayoría consumista. Pero sin embargo, muchos han sido los pensadores y grandes hombres que han escrito y hablado sobre este asunto en el pasado. El que primero me viene a la cabeza es el clásico Séneca, cuya obra toca en buena medida el tema de la muerte.
Hemos de saber que este argumento viene siendo principal entre los filósofos desde los tiempos de Sócrates. Para ciertos espíritus pensantes, la vida se reduce a un simple entrenamiento con vistas al acto de morirse. Recordemos que Séneca propaga ciertos silogismos que parecen reducir la muerte a un paso necesario y hasta positivo. Así viene a decir en sus Cartas que «ningún mal es grande si es el último», pero se nos antoja que va más allá y defiende una buena armonía conciliadora entre la vida y la muerte.
Séneca se inclina de un modo esencial por la buena muerte, una buena muerte que a veces puede atañer al suicidio. Sería una muerte serena, elegida, un cénit de la vida misma, una culminación voluntaria del camino vital. Lo cierto es que tampoco se habla apenas de este fenómeno, pero en el mundo, y especialmente en los países más desarrollados, se suicidan miles de personas todos los años.
Nos incomoda el concepto de la muerte. Sabemos que hemos de pasar por el aro tarde o temprano —quizá mañana mismo, o pasado—, pero no se nos ocurre meditar un poco al respecto; y menos todavía sacar el tema a colación durante una charla entre amigos, por ejemplo, incluso aunque la conversación dé pie al abordaje del asunto. Esta sociedad materialista que nos hemos dado nos enseña ladinamente a ser obedientes en el pensamiento y en la obra, y nos indica con sus signos y claves que el tema de la muerte es incómodo y fastidioso cuando no tabú; los medios de comunicación social tampoco están por la labor de fomentar la reflexión, salvo en la víspera y día de Todos los Santos, fechas en las que parece mejor visto airear este asunto por encima.
Un concepto muy relacionado con la muerte misma es el paso del tiempo. Cuántas veces nos remuerde la conciencia por no haber aprovechado más el tiempo, por no haber compartido unas horas libres con un buen amigo que intuimos necesitado de nuestra compañía. Somos egoístas y superficiales, aunque en algún momento de nuestro caminar el espíritu nos recrimina ciertas actitudes o dejadeces. El caso es que el tiempo se nos va como agua entre los dedos. Se nos marcha hacia el pasado para dejar paso a un presente complejo que representa nuestro único activo real. Porque el pasado ya no nos pertenece, pero tampoco el futuro.
Séneca debió intuir con meridiana claridad que la libertad del ser humano se adquiere cuando se abandona consciente y lúcidamente el temor a la muerte. Parece claro, por otro lado, que la decisión de morirse no debe tomarla en principio uno mismo a modo de huida cobarde y aparentemente fácil. Según la filosofía de Séneca, el hombre libre ha de salir de la vida despacio y con elegancia; es como si el filósofo predicase un cierto y relativo gusto por alcanzar ese peldaño del final. Sin embargo, el pensador señala igualmente que el hombre bondadoso ha de pensar a la vez en los suyos, en su familia y amigos, durante los malos momentos de su existencia. De esa forma, el amor humano puede reconciliar a la persona con la vida presente, por muy amarga que ésta resulte en determinado momento.
Leer a los clásicos siempre es buena idea porque se aprende mucho. Y recordar lo leído antaño, también. Ganaríamos en grandeza personal si llevásemos a la cabeza, solo de vez en cuando y para variar, ciertas ideas ligadas estrechamente con los pilares del existir: la vitalidad, la sabiduría y la trascendencia. El tema de la muerte, nos guste o no, afecta de lleno a estos tres conceptos tan importantes y básicos para el crecimiento espiritual de los seres humanos. Leamos y reflexionemos un poco sobre nuestro destino en el mundo. Aquilatemos mejor la manera que tenemos o no de aprovechar el presente. Quizá nos haga mucho bien en pro de conocernos mejor desde nuestra propia mismidad. La muerte como asunto no ha de producirnos miedo ni temor alguno. Existe, está ahí como una realidad incuestionable. Lo único temible de verdad para el hombre contemporáneo es la superficialidad extrema y la majadería, dos plagas que se extienden tristemente de forma galopante por la sociedad de nuestros días, una sociedad que busca con desespero la dicha a toda prisa evitando pensar serenamente en ciertas cosas.
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