Escenarios, 33
‘Lúcido’, de Rafael Spregelburd, que se ha representado durante el último fin de semana en el Teatro Principal de Zaragoza, bajo la dirección de Amelia Ochandiano, ha recibido críticas muy favorables a lo largo de su gira, tanto por España como por América, de donde partió (el autor es argentino) y a donde regresará en el montaje actual de la compañía Teatro de la Danza.
El espectáculo, que cuenta con la intervención de la magnífica actriz aragonesa Itzíar Miranda, ha significado un golpe de efecto en la trayectoria habitual de las obras que se presentan en los escenarios. ‘Lúcido’ es algo distinto, una especie de metateatro donde lo que parece no es y lo que es sólo aparece al final.
El material de trabajo del autor es muy delicado: el mundo de los sueños, el mundo de las fantasías, el mundo de las obsesiones, el mundo de las alucinaciones. Finalmente lo que ocurre es una alucinación de la protagonista que es servida a los espectadores en esta ocasión por una excelente Isabel Ordaz, quien soporta el peso de lo que parece una comedia inicialmente y se va transformando de manera paulatina pero imparable en un drama metafísico.
La actuación de los dos varones en el estreno zaragozano, Alberto Amarilla y Miguel Uribe, se integra lentamente en el espectáculo hasta formar un todo con la pareja femenina. Hay que destacar la capacidad del último para mimetizarse con cada uno de sus tres personajes.
El montaje escénico es dinámico y exige un cambio frecuente, que en algunas ocasiones, como ocurrió el día del estreno en Zaragoza, puede ocasionar problemas de coordinación, que los actores son capaces de salvar sin mayor dificultad. Los recursos a Shostakovich y Schubert, entre otras referencias clásicas, para la banda sonora, son muy acertados.
Lo que cabría analizar desde otra perspectiva es la profundidad del argumento, ya que entra en el proceloso y desconocido mundo de los sueños. Para el público ordinario, incluso el bien formado teatralmente, no hay mayor dificultad en admitir la trama, tanto en su desarrollo como en su sorprendente final. Para un estudioso del universo onírico, sin embargo, se plantean algunas incoherencias, porque el texto de Spregelburd es demasiado racional. Pero hay que admitir que si se hubiera hecho un recurso al surrealismo, al absurdo y a las investigaciones más recientes sobre el psiquismo humano se hubiera complicado el entendimiento de la situación.