China en África. Pekín a la conquista del continente africano, de Serge Michel y Michel Beuret. Alianza Editorial. Madrid 2009.
En nuestro compromiso por dar a conocer los libros más interesantes sobre China, hoy ofrecemos la experiencia de dos periodistas franceses que han recorrido el continente africano para contar la presencia de empresas y políticos chinos y las repercusiones globales de esa nueva dimensión.
El comercio bilateral se ha multiplicado por 50 entre 1980 y 2005 y se ha quintuplicado entre 2000 y 2006. En estos momentos, se calcula que habrá más de mil empresas chinas en suelo africano. En 2007, China ocupó el lugar de Francia como segundo socio comercial de África.
¿Cuántos inmigrantes chinos hay? En Sudáfrica, donde está la comunidad china más numerosa, se calcula la cifra de 750.000 en todo el continente, frente a 250.000 libaneses y menos de 110.000 franceses.
La entrada de China en África culmina su coronación como superpotencia mundial, capaz de hacer milagros tanto en casa como en las tierras más ingratas del planeta.
Se dice que la diáspora china es la más numerosa del mundo, con cien millones de personas, y la más rica. A finales del siglo XIX, los europeos sustituyeron la trata de negros por la trata de trabajadores chinos. La abolición de la esclavitud hizo necesaria la contratación de ocho millones de chinos para las grandes obras de la época: minas de Australia, canal de Panamá y las vías del ferrocarril del Congo Belga, Mozambique, del Transiberiano o del Central Pacific Railway en Estados Unidos.
Estas migraciones continuaron pero más hacia los países desarrollados de Europa y Norteamérica, donde alcanzarán la cifra de diez millones.
Para sus dirigentes, la inmigración se ha convertido en parte de la solución para reducir la presión demográfica, el sobrecalentamiento económico y la contaminación. «No saldremos adelante si no enviamos a 300 millones de personas a África», declaraba un científico.
De momento son cientos de miles los que han dado el gran salto hacia su nuevo Far West.
Estos emigrantes se relacionan entre ellos, comen como en su país de origen, no hacen ningún esfuerzo por aprender las lenguas autóctonas, ni tan siquiera francés o inglés, y hacen un gesto de desagrado ante la idea de adoptar las costumbres locales, por no hablar de ¡casarse con una mujer africana!
China necesita las materias primas que abundan en el continente: petróleo, minerales, pero también madera, pescado y productos agrícolas. A China no le desanima ni la ausencia de democracia ni la corrupción. Su infantería está acostumbrada a dormir sobre una estera y a no comer carne todos los días. Ellos encuentran oportunidades donde los demás sólo ven incomodidades o despilfarro. Los chinos perseveran donde los occidentales han tirado la toalla buscando un beneficio más seguro. Construyen presas en Congo, Sudán y Etiopía y se prepara para ayudar a Egipto en su programa civil de energía nuclear. Equipan a toda África con redes inalámbricas y fibra óptica. Abren hospitales, dispensarios u orfanatos. El blanco era paternalista y arrogante. El chino es humilde y discreto.
África se alegra de esta competencia que rompe los monopolios de los comerciantes occidentales, libaneses e indios.
China en África es algo más que una parábola de la globalización: es su culminación, un vaivén de los equilibrios internacionales, un temblor de tierra geopolítico.
J.C.G.F.