PolÃticos sin rumbo
La globalización es la caracterÃstica de la etapa histórica inaugurada por la caÃda del muro de BerlÃn, en 1989, y por el desmembramiento de la URSS, en 1991. Y cuando esperábamos que los ingentes recursos destinados a las organizaciones militares puestas en pié desde la década de los cincuenta, se destinaran a la construcción de una paz social justa y solidaria, asistimos al incremento astronómico de los gastos de armamento. Tan sólo en Estados Unidos, el presupuesto militar se acerca al 5% de su PIB, a casi 650 000 millones de dólares. Una cantidad que cubrirÃa las necesidades básicas de los seres humanos: se erradicarÃan el hambre y las enfermedades endémicas, se darÃa educación básica a todas las poblaciones, se cuidarÃan las aguas como fuente de vida y al medio ambiente, y sobre todo, se podrÃa garantizar la salud reproductiva de las mujeres en un planeta que, tan sólo en un siglo, ha multiplicado por siete una población desbocada en una loca carrera hacia la muerte: de 1,200 millones de personas, en 1914, se pasó a 6.000 millones, en 1991; y ya hemos alcanzado los 7.000 millones.
Gritan los pobres de la Tierra ante la avalancha de la globalización. Ésta consiste en la interdependencia de las economÃas de numerosos paÃses, sobre todo del sector financiero, que ya controla la economÃa para que ésta decida las grandes lÃneas de la polÃtica internacional, y actúe con despotismo en las polÃticas nacionales de los paÃses más desfavorecidos. Los poderosos no vacilan en denunciar, y aún de organizar, conspiraciones terroristas, armamentos de destrucción masiva, ingenios nucleares y bombas bacteriológicas y quÃmicas que antes contribuyeron a fabricar, a cambio de materias primas y mano de obra explotada de forma inhumana.
Desde siempre, la apetencia de las riquezas de un paÃs o de una zona del planeta, movió a las potencias del momento a inventar peligros y agresiones, imaginadas o promovidas por sus agentes, para escenificar guerras en nombre de la religión, de la civilización, de las pretendidas fronteras naturales, o de la siniestra doctrina del “espacio vitalâ€. La historia de la humanidad viene marcada, no por los logros cientÃficos, técnicos, sociales o artÃsticos, sino por las batallas, cambios de dinastÃas o conquistas de pueblos inermes ante la prepotencia de los agresores que ignoraron todo derecho, despreciaron las culturas y sometieron a los pueblos. Asà se estudia la historia desde hace siglos.
Cuando creÃamos que nada nos quedaba por ver, hemos asistido, después del 11 de septiembre del 2001, a la guerra de agresión y de conquista del pueblo iraquÃ, pues el estado de Irak se reveló como una entelequia, en nombre de la llamada “guerra preventiva». A la cruenta invasión de Afganistán de donde al final tienen que retirarse quedando el poder real en manos de tribus y de clanes de la droga; a la disparatada polÃtica con Irán actuando al dictado de los halcones de Israel; y a la desastrosa falta de criterio en las carnicerÃas de Siria en donde permanecerá la oligarquÃa que no vaciló en utilizar armas quÃmicas. Y todo esto sin saber mantener unos criterios democráticos, liberales y de decidida apuesta social en los paÃses conmovidos por la primavera árabe. Mientras China emerge, Rusia se afirma en su manifiesto eslavismo, Brasil se emplea a fondo en su lucha contra el hambre, el resto de las economÃas emergentes padecen la falta de visión de los oscuros poderes económicos y financieros que imponen su diktat en el resto del mundo.
Los paÃses más ricos destinan cerca de 252.000 millones de dólares anuales en subsidios agrÃcolas, cifra que supera por más de 100.000 millones a su ayuda para el desarrollo de los paÃses más pobres a los que endosan sus excedentes de producción y arruinan sus tradicionales medios de vida.
Las ONG denuncian como inadmisible que los paÃses más ricos graven con los más altos impuestos a los productos de los paÃses más pobres cuyas economÃas de subsistencia se apoyan en el sector agropecuario.