Frailes de la parroquia del Rocío, frailes. Que encendisteis en mi corazón de niño la curiosidad, que se me quedó penitente, por los altares, por las imágenes tan quietas y tan inquietantes, por los crucificados extrañamente radiantes, por las vírgenes dolorosas en misericordia constante, por las bóvedas de colores subyugantes, por la soledad de los bancos de madera barnizados en brillante, por la frialdad de los mármoles; por esa penumbra envolvente –que parece que derramase bálsamo- de las iglesias cuando apenas hay nadie y suenan los pasos temblantes.
Frailes de la parroquia del Rocío, frailes. Que me llevabais hechizado a la celebración de las 12 de todos los domingos. Y que en un arrebatamiento religioso hasta me atreví a ayudaros, como monaguillo, en algunas misas de por la tarde, haciendo pareja algunas veces con mi amigo Fernando Barranco. Desde entonces, frailes, tengo taladradas frases enteras en latín y que no transcribo por temor a engaño.
Frailes de la parroquia del Rocío, frailes. Fray Eloy, fray Genaro… Frailes, que siempre permaneceréis vivos en los recuerdos de este pobrecito escribidor ya sesentón y huraño.