Se cuenta de aquel obispo que, viniendo de las frías tierras del Norte, llega a una ciudad europea más meridional y exclama, aliviado: “¡Al fin una ciudad católica, una ciudad con carnavales y procesiones!”. Esto es, Catolicismo como fuerza expresiva, artística en ocasiones, pública, frente al protestantismo de la época (jansenismo, puritanismo, sequedad del cristianismo calvinista) sobria, interior, solitaria. Cristianismo interior o exterior. Este es un debate antiguo, del Renacimiento, que se prolonga al Barroco. Nombres egregios estuvieron implicados en esta lucha: Erasmo, los hermanos Valdés, Vives, Fray Luís, Teresa la Santa. Todos ellos bregaron intensamente entre la fidelidad a la Iglesia y la necesaria depuración hacia una religiosidad más auténtica, más limpia de hojarascas externas.
Á‰ste es un debate que tiene tres siglos de antigÁ¼edad, pero hoy seguimos la controversia con otro nombre: laicismo. ¿Es la sociedad española laica? Indudablemente nuestro Estado es aconfesional y así lo afirma la Carta Magna y el ordenamiento jurídico lo define y defiende. Pero esa aconfesionalidad legal es compatible con el carácter católico desde el punto de vista sociológico, cultural y hasta sentimental. La Semana Santa, la movilización multitudinaria que supone, su sólido arraigo en el tejido social, es prueba de cómo la sociedad española está impregnada de un cristianismo meridional, barroco, magnífico en sus manifestaciones externas. Todos los sentidos participan en esta exteriorización. La vista (imaginería, vestuario), el oído (música, los ruidos callejeros) y hasta el olfato (el olor a incienso o a romero, tan característicos de este tiempo). Todo este mundo sensual habla de una interioridad desbordada, de una intimidad que sale fuera con la fuerza de la pasión.
Del eco remoto de tantos siglos llega este mensaje: el mundo existe y es bello. Todo en él nos habla de Dios. Hasta sus impurezas.