La hiper-reacción a la supuesta epidemia de una nueva gripe se basa en una cultura del miedo que despoja a las personas de su responsabilidad y las empuja a un consumismo desbocado.
¿Es realmente tan peligrosa esta gripe? ¿A quién beneficia el brote de un virus de estas características? ¿Qué intereses se ocultan detrás de este velo de incertidumbre? Quizás todas estas cuestiones empiecen a esclarecerse si tenemos en cuenta que desde hace más de dos años la industria farmacéutica tiene graves problemas financieros por causa de un notable descenso en la venta de medicamentos.
Se hizo necesario recurrir a la llamada «doctrina del shock», que plantea Naomi Klein en su último libro, para que el «capitalismo del desastre» siguiese su curso. La insistencia narcótica de los medios adocenó a millones de ciudadanos temerosos de un posible contagio y en algunos casos incluso los convenció de no volver a comer cerdo. El reclamo para un consumo masivo de antivirales estaba servido. Fue a partir de entonces cuando el gigante suizo Roche y GlaxoSmithKline, dos de las grandes multinacionales del sector, vieron la oportunidad, como únicos proveedores, de servir medicamentos bajo marcas como Tamiflu o Relenza, capaces de combatir o prevenir la infección. En el capitalismo exacerbado que gobierna el mundo también de la desgracia se obtiene rentabilidad. Ambas compañías han visto en los últimos días como se revalorizaban sus acciones en bolsa.
A través de la creación de necesidades ficticias en los consumidores muchas empresas aseguran la salida de sus productos. En la historia algunas guerras se libraron en favor de la industria armamentística, porque ahora una enfermedad no puede ser utilizada para auspiciar la economía mundial en un sistema que se retroalimenta a base de mentiras.
Los medios de comunicación funcionan como auténticos gurús de la cultura del miedo. La pandemia de gripe porcina que se originó hace unas semanas en México es una muestra más de cómo el miedo y la ansiedad se propagan más rápido que la propia enfermedad viral. Mientras la sociedad se contagia de hipocondría, el mal de muchos se ha convertido en un negocio capaz de reportar pingÁ¼es beneficios para algunas farmacéuticas.
El impacto social de la gripe A (H1N1) ha encendido la alarma en todo el mundo y ha desatado una «psicosis colectiva» que los grandes medios han avivado desde que se conocieron los primeros casos. Las crónicas apocalípticas que relataban la amenaza y las evoluciones de la enfermedad, contra la que no existía remedio conocido, se reprodujeron una y otra vez para recomendar el uso de mascarillas en las zonas públicas y prudencia para evitar males mayores.
Según el último informe de la OMS, hay más de 5.000 afectados en 33 países diferentes, y ya se contabiliza la muerte de 61 personas, de las cuales 56 tenían nacionalidad mexicana. Las consecuencias son reales, no cabe la menor duda.
Mientras tanto, lejos de los focos y de la mirada de la comunidad internacional se extiende una epidemia mucho más grave que se ha cobrado 1.900 vidas y en la que ya han sido declarados 56.000 casos. África Occidental sufre, desde hace unos meses, uno de los peores brotes de meningitis de su historia y, como de costumbre, la repercusión mediática que ha promovido ha sido muy reducida e incluso inexistente en algunos países. La vieja e inapropiada distinción entre mundos de primera y de tercera sigue siendo extrapolable a las víctimas. Después de más de 60 años de la Declaración Universal de los Derechos Humanos la vida de una persona, en función de su pasaporte, tiene un valor de cambio distinto en el mercado libre de la información.
Construida con una intencionalidad premeditada o no, la cultura del miedo forma parte, a todas luces, de las nuevas tendencias sociales del siglo XXI. La sociedad de este siglo está tan atemorizada que permanece adormecida, sin actitud crítica y conmocionada por la desconfianza en casi todo. Los individuos, por su parte, obedientes y esclavizados por los mandatos del poder establecido sólo encuentran alivio en un consumismo compulsivo que les permita comprar la seguridad que las instituciones y las informaciones de los noticieros ponen en duda.
La deshumanización del mundo ha hecho que las personas sean sustituidas por autómatas y que el miedo se haya convertido en el verdadero opio del pueblo.
David Rodríguez Seoane
Periodista