-¡Buenos días! me llamo Eladio Canteras, soy periodista, es un placer y todo un privilegio para mí que me haya concedido esta entrevista.
-¿Buenos días? Serán para usted, no le parece amigo.
Frente a mí un hombre de unos sesenta y cinco años, trazos de arena sobre su rostro profundo en el que puedo divisar por sus dos ventanas azules un inmenso desencanto. Su tez tan negra como un tizón de picón, un carbonero en los encinales de Extremadura; la nariz…chata, o, indiscriminadamente perfecta? Luego un mentón que corta su pelambrera de plata (típica metáfora, propia de escritor pobre en vocabulario) patíbulo de extrema derecha disfrazada de cordero. Y su frente acerando los pelos del flequillo que luce brillante y tieso; surcos de arena, más arena sobre la frente polvorienta (polvo al fin y al cabo somos). No, no había matado a nadie; o quizá sí lo había hecho; es de algún modo genocidio matar al arte? Debería de escribirlo con mayúscula inicial pero me basta que sea minúscula y como una lata de sopa en una cadena, fuera o fuese (próxima frase propia de erudito para demostrar su sapiencia: Andy Warhol) ¿es más genio el genio que tiene que demostrar su genialidad? Sus manos frágiles casi como injertos de pincel de pelo de malta o de meloncillo, y la ausencia desprovista del mágico ungÁ¼ento que lo habrá de inmortalizar como pintor (de los grandes y de los buenos) el óleo ungido para la gracia terrena: la muerte fiel compañera.
-Hay una presencia inerte en las cosas. La materia ya no me produce ese estupor, quiero decir esa libido inexacta cuando pinto, he perdido la alegría de la pincelada suelta y voraz, salvaje, violenta y; perdón pero, podría decir que me he acabado de convencer de que el arte acaba de estrellarse en las paredes de la burguesía.
-No se oprima, mírelo desde el lado positivo, quiero decir del económico- le respondí a mi entrevistado el afamado pintor, ya retirado de los circuitos, Julián Pachocha, natural de San Pedro, Extremadura.
-Si hombre, si no me abrumo pero ya no queda ni la más remota posibilidad de conseguir llevar el arte al lugar que le corresponde, la elite, la supremacía de la sensibilidad y el buen gusto, el cielo del refinamiento de la belleza filosófica y poética. El arte se ha convertido en algo grotesco, algo que se consume con la misma iniquidad con la que se trata a los marginados. Ya sé que no es ninguna maldad hacer, lo uno pero sí lo segundo; usted elige; pero los dioses, que eran los que elegían a los portentosos artistas, se han evaporado en la cesta de la compra de los mercados chinos, donde uno puede comprar un óleo por treinta euros. Una cadena de niños explotados para salpicar las paredes de la vulgaridad y del mal gusto de «arte» barato. Por qué sacralizar lo auténtico cuando la copia se ha convertido en la reina y señora de todas las paredes de este mundo injusto de mentes alienadas- hace un pausa y me ofrece un cigarro puro-, mire Eladio, puros regalados por el mismo Fidel, exquisitos habanos; yo un pobre fulano- vuelve hacer una pausa, se evade mirando el humo, luego sonríe con una mueca por la que puedo ver sus dientes resplandecientes y un oro de colmillo, se atusa el flequillo que cae sobre su ojo izquierdo y vuelve a la parsimonia de las palabras-, mire amigo, el arte se ha devaluado tanto que no merece la pena perder el tiempo en él ni con él. Se acabó, ni un cuadro más- calla y se queda mirando al lienzo colocado sobre el caballete; el olor agrio de trementina inunda el estudio, el sol hace caracoles en una pared, y estos sacan sus cuernos de minotauros, se yerguen las ramas voluptuosas de un naranjo estallando de azahar y el juego jugo de la cítrica pinta fuegos de artificio en el cielo que se oscurece por el Oeste ocultando montañas con negras y amenazadoras nubes; y; un trueno, la tormenta que se huele, ya la tierra mojada invade el olfato con aire de penar; varios pájaros de perdiz surcan el horizonte de la tarde que se quiebra en un violento relámpago que enciende un tronco de encina centenaria.
-Pero no puede usted dejar de pintar, sería como cometer un pecado mortal, o podría decir que está usted cometiendo un asesinato.
-Diga, y piense lo que quiera, yo seré un homicida porque dejo de pintar, pero: ¿no ve ese lienzo?
-Sí, lo veo, un paisaje extremeño, sin duda.
-Se equivoca, representa la muerte del arte, ahora todos pintan, todos cantan, todos son poetas, todos escriben, todos hacen todo, el pueblo para el pueblo, esa demoledora máquina que lo arrasa todo, la voracidad del pueblo destructor.
-Ese pensamiento es algo derrotista, no le parece, y además elitista.
-Derrotista dice, elitista?
-Sí, eso mismo, no pensará usted que en el arte hay que privilegiar a los elegidos como se hacía antes, divinizar el arte es propio del absolutismo.
-Sí, pero es por él por el que los grandes maestros de la pintura han llegado a la gloria. ¿Se imagina usted a Velázquez en esta época de cuadros a diez euros?
-No, la verdad es que no.
-Pues esa es la cuestión, el arte debe ser instituido como máxima del ser humano y no tratarlo como si fuese un mero objeto decorativo, o con la función, para ser más explícitos, de cubrir las paredes de tu blanca casa nueva, construida por mentes perversas con la intención de alienación, por ello, todas las casas se construyen idénticas, para alejar del pensamiento la personalidad de los individuos.
-Tiene razón, debería de ser…Perdone pero hacer eso es encumbrar a unos y ahorcar a otros.
-Sí, por qué no?
-Porque vivimos en una sociedad que ha de dar igualdad de oportunidades a todos y todas.
-No señor, no se puede hacer tal cosa, porque en la humanidad siempre ha existido y existirá el trato de favor y eso no podemos obviarlo, es una forma de expresión más de la naturaleza, mi re si no, en ella misma existe el privilegio, por tanto la injusticia.
-No estoy de acuerdo con usted, pero yo lo único que quiero es realizar esta entrevista, no voy a entrar en valoraciones de tipo alguno, porque un periodista a de ser objetivo; así que si no le importa vayamos a las preguntas tópicas, y típicas- el pintor Julián Pachocha se levantó, me miró con mirada inquisidora y dejando el puro sobre la mesa, dio la vuelta y se dirigió a la calle sin siquiera despedirse. Ya en la puerta me dedicó una mirada desconcertante y casi gritando dijo:
E L A R T E H A M U E R T O A M I G O H O Y V A N A E N T E R R A R L O.
Se perdió entre la muchedumbre que a esa hora paseaba yendo de un lado para otro, entrando en tiendas y cafés. Yo me quedé pensativo, y algo enfadado, el gran pintor de la contemporaneidad se acababa de convertir en un héroe, en un mártir y a la vez en un asesino.
-¿Qué le debo?- pregunté a la guapa camarera.
-Nada, deje que le invite yo- respondió la chica, ojos melocotón, piel canela, labios vertiginosos por los que morir en un vuelo picado inundado por sus besos, pechos turgentes y redondos, pecas en las mejillas sonrosadas, pestañas largas, negras, dónde he puesto las metáforas? Luego, el pequeño beso en el aire lo arrasó todo, y llegué a donde siempre supe que llegaría, sin conocer el camino que me iba a llevar hasta allí.
La soledad más absoluta que es al fin la guarida del misántropo que llevamos dentro.
Ya realizado el trabajo siempre me apetece beber, no, no me pongo pesado, lo de siempre, si señorita.