Alguien ha envenenado el contorno de un libro de Melville…
Tratas de huir de los convencionalismos. Apostado en su sofá de orgullo-ego-humo de cigarrillos turcos te enzarzas en una batalla con las palabras. Un pelea contra ti mismo que tratará de sacarte de la miseria espiritual. Mientras el mundo se preocupa por los resultados deportivos, la calidad de sus besos y la distancia entre mirada y mirada, los perros siguen arrastrando un trineo llamado literatura. Los sentimientos apostados en el pasado se convierten en un incesante ir y venir de palabras inconclusas que morirán con el último estertor de la literatura. Y eso ocurrirá con el devenir del hombre. Y con el fin de la literatura tal y como la conocemos.
Alguien ha envenenado el contorno de un libro de Melville, y mientras los aprendices de escribiente mojamos nuestras yemas para ver saltar las palabras como en una carrera de obstáculos, la mirada se languidece y se nos hincha el estomago, nos pitan los oídos, perdemos el sentido de la realidad y viajamos en una carrera contra reloj contra un grupo de enfurecidos biorritmos.
En nuestro interior tiene lugar una revolución orgánica.
Despiertas en el suelo de tu propia realidad. Llevas una camiseta blanca y unos vaqueros demasiado limpios. Vistes tal y como siempre has soñado tu muerte. Tu cuerpo ha perecido antes del fin de los tiempos. La verdadera razón se esconde en la página 45 del libro de Melville. Bartleby, el escribiente, preferiría no haberlo hecho, pero ha sido el último que ha visto como te rascabas la entrepierna mientras leías. El placer se multiplica por dos cuando la intimidad es amante y a la vez escenario.
Avanzas por un pasadizo humeante. Estás seguro de que estás en el infierno cuando una mujer se quita la parte superior del bikini y en lugar de pechos tiene un desierto en llamas. En el cielo habría sido de otro modo. Tus pies descalzos irrumpen en un mundo nuevo. No miras hacia atrás porque estás cansado de hacerlo. Los libros se encargarán de hacerlo en cuanto sea necesario. El pasado se nutre del conocimiento de otros.
La vida es un capítulo más de toda esta locura.
Te postras ante un mundo silencioso que toma como norma la locura en su versión más abyecta. Siempre has deseado estar en el infierno, sobre todo desde que las chicas sueñan que eres un asesino en serie. Y eso te hace arquear una ceja y asentir con la cabeza. En realidad, eres un exterminador de conciencias que trata de liberar al mundo de sus superfluas repeticiones. El hecho de ganar, sustituye al verdadero progreso del conocimiento humano.
Un supuesto ganador es, en realidad, un perdedor justificado.
Tus manos se posan en tu entrepierna, y esta vez no estás leyendo. El diablo vestido de mil mujeres te susurra sexo-sangre-lujuria al oído y tus piernas siguen avanzando por un pasillo repleto de mujeres con el pecho como dunas ardiendo.
Decides no decidir, y ardes con los pantalones limpios en los confines del averno.