Sakineh Mohammadi-Ashtiani, quien fue condenada en 2006, no morirá lapidada pero, ya que el gobierno iraní no la ha absuelto, puede ser ejecutada mediante la horca, un método “alternativo” que se reserva dicho gobierno para quitar la vida a mujeres como Ashtiani, por haber cometido el “terrible delito” de mantener una “relación ilegal” con otros hombres después del fallecimiento de su esposo.
La situación de esta mujer no es un caso aislado, al menos ocho mujeres y tres hombres pueden ser ejecutados por lapidación en esta república, según informes de Amnistía Internacional.
Volvemos la mirada en nuestro país y nos encontramos con el asesinato de una mujer en Tenerife. Según fuentes policiales, el esposo de la víctima fue detenido y posteriormente confesó el lugar donde había arrojado el cadáver de su cónyuge. Hace pocos días fue asesinada una mujer en un pueblo granadino y la trágica cifra continúa en aumento.
Me pregunto: ¿Qué es lo que hay en la mente de una persona, o de un colectivo, para llegar a la conclusión de que tienen el “derecho” de destruir una vida? En el caso de las mujeres asesinadas en España, ¿puede haber algo en nuestra manera de vivir, en nuestra sociedad, que alimente el concepto de superioridad que poseen algunos individuos, otorgándose el privilegio de arrebatar la vida de un semejante? ¿Puede ser que influya nuestra manera de entretenernos? Si alimentamos nuestra mente con el disfrute ante la visión de un animal torturado, o matamos el tiempo matando animales al cazar, ¿no puede ser que estos hábitos nos hagan ver la muerte ajena como algo trivial?
Decenas de mujeres han muerto, en lo que va de año, por la violencia machista. No podemos olvidar que, detrás de cada cifra, hay una vida, la de una mujer como Josefa, Joana, Isabel, etc. Pero fuera de nuestras fronteras continúan ejecutando a mujeres, amparados en sus leyes, en sus tradiciones. Las víctimas tienen algo en común: son consideradas a la vista de los ejecutores como seres inferiores. En la cultura iraní las mujeres llevan velo, pero en nuestra sociedad existe aun un “velo” que a algunos individuos les impide ver con claridad, percibiendo a la mujer como una víctima propiciatoria, un reo de muerte.