Cultura

Ágora, un viaje puro como un círculo, poético como una elipse.

Ágora

Ágora

La última película de Alejandro Amenábar ha colmado todas mis expectativas (y se habían generado muchas en base a trailers, exposición de vestuario en el Museo del Traje, discusiones y comentarios sobre su presentación en Cannes). Bien es verdad que no soy un crítico de cine, pero el mensaje y el lenguaje poético, como escritor y amante de la Literatura, me resultan muy cercanos.

Los aciertos evidentes se acumulan: los grandes decorados; el manejo de los abultados números de extras; una protagonista bien dirigida; una historia más allá de las conocidas relaciones de pareja; una apuesta por lo visual; unos personajes con progresión creíble, sin romper la estructura ósea de su personalidad… Pero los que no resultan tan obvios como su lenguaje simbólico y sus detalles poéticos, la convierten en un producto vendido para masas sin que realmente sea tal. La historia, mucho más intimista y particular de lo que dejan prever su gran formato y los avances que nos han ido suministrando por televisión, con grandes imágenes de espacios gigantescos, deja fríos a algunos espectadores. Al principio no podía entender su apatía: la película atrajo mi atención desde el primer minuto, y me mantuvo en tensión todos y cada uno de los siguientes, hasta llegar a un paroxismo final, una tensión acumulada que en algunos casos que conozco ha acabado en lágrimas. Pero, analizando lo visto, es comprensible que haya un público para el que Ágora sea lo suficientemente descriptiva como para no ser suficientemente narrativa. Pero lo es, tiene ritmo, es cálida (aunque no haya grandes momentos al estilo de un DiCaprio en la proa del barco, extendiendo sus brazos cual ave despeluchada), delicada, comprometida, profunda, honesta, real con independencia de que lo que se cuenta se ajuste más o menos a lo que se nos ha transmitido sobre el personaje.

No quedan demasiados testimonios sobre el personaje protagonista, su edad no es segura, sus obras se han perdido… Lo cual deja libertad al director para generar una reflexión y una cinta propia, digna del director, probablemente la más redonda de todas las que ha llevado a la pantalla.

Y ese pensamiento tiene que ver con el amor por la ciencia, con el rechazo por los fundamentalismos, con el desarrollo propio, con las personas que se dejan manejar y la evolución cíclica y a veces cínica de la Historia… y con mucho más.

Aviso para espectadores: es fácil engancharse al personaje del esclavo, verlo crecer y convertirse en el auténtico alumno de la protagonista, no tanto porque crea en la astronomía o no, sino precisamente su incapacidad para creer, a ojos ciegos, en ninguna de las realidades que se le presentan. Lo suyo, más allá de la atracción por Hipatia, es mera duda sin resolver.

Quizá sólo la muerte, en su llegar, en su último instante, nos traiga a todos una verdad reveladora que nos deje marchar con calma y satisfacción al otro lado.

Una película como para engancharse a la pantalla y dejarla marcada con los latidos del corazón angustiado, y las lágrimas nada fáciles despertadas por miles de sensaciones que surgen y se suceden en una pauta difícil de entender pues rotan sobre sí mismas y sobre un centro luminoso que les arroja claridad por un lado, dejando simultáneamente su otra mitad de en sombra. ¿Algo más cercano a la elipse imperfecta de nuestra vida, que quisiéramos círculo perfecto?

 

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.