De acuerdo a lo prometido, regresamos a Vilches, Maule, Chile, el día señalado por el Poeta artesano Alejandro Lavín; nuestra misión, registrar el proceso de cocido de terracotas, sin saber en ese momento que seríamos testigos de la última cochura. Hoy, transcurridos unos meses, agradecemos la gran experiencia que vivimos junto a él ese día.
Es un alegre amanecer de verano; Alejandro Lavín nos ilustra sobre las tareas que anteceden a la cochura. En reemplazo de su inexistente aprendiz, participamos como sus asistentes: el editor de la Editorial Inubicalistas de Valparaíso, Felipe Moncada, el canta autor de Rock Andrés González de Talca, y quien les escribe.
Alejandro Lavín nos deja entrever, muy sutil, esta gran preocupación suya: que los secretos de cómo hacer pan de arcilla, modelados, cochura, y los detalles finales de sus terracotas; bien podría morir con él la sabiduría del artesano de terracotas.
Nos dirigimos al taller de modelado donde las terracotas crudas están tapadas para que no se oxiden; “al no estar tapadas les entra aire y se manchan” nos señala el Maestro Alejandro Lavín. Las vamos descubriendo con cuidado, para trasladarlas en bandejas hasta el horno.
Murales, campanas, teteras, mates, fruteras, esculturas, desfilan en alegre procesión hasta el horno. Alejandro Lavín va disponiendo el lugar preciso para cada pieza dentro del horno, porque si quedara sólo una terracota mal puesta se quebraría y trizaría a otras importantes piezas. “Hay que formar un núcleo con las piezas mayores en la base del horno”. Nos dice mientras busca un género que usará a modo de cincha, para ir bajando al fondo del horno, una a una tan valiosas piezas; hace descender primero a sus caballos, “vamos, abajo mi bello rocín, ya muchacho… vení para acá”. La mañana avanza, el vientre del horno recibe a sus criaturas de arcilla.
Curiosos, sus asistentes, observamos cómo deben quedar estas piezas mayores, y miramos al fondo del horno “¡…un nido de caballos!” dice Andrés, entonces cobra sentido esta frase que, desde que le conocimos, hemos escuchado al maestro, la fiesta del alfarero: su fiesta, conforme la experimentamos, nos invade y nos motiva, por lo que con mayor diligencia recorremos la suave pendiente del breve sendero tapizado de hojas de avellanos, entre el taller de modelado y el horno. En cada viaje, vemos que lo que era una matriz vacía se va transformando en una madre abultada a punto de parir sus maravillosas criaturas.
Una vez lleno el horno, lo tapa, y tapia con pan de arcilla, que va partiendo en rebanadas con hilo de pabilo. Tapiado el horno, él mira por una abertura en la tapa, y exclama “¡brillan los oropeles!”. Revisa “…la cubierta de arcilla húmeda, debe quedar con consistencia porosa y hasta el borde de la tapa”. “Y cómo aprendió” pregunta Felipe. Responde “lo aprendí solo, cálculo empírico, la experiencia…”.
Llenado y tapiado el horno, comenzamos el fuego. Miramos el día y el sol nos indica que ya son las dos de la tarde de este glorioso verano, y Alejandro Lavín, como a improvisados discípulos nos expone su última cátedra.
“Entre los alfareros chinos la cochura era una fiesta familiar, verdaderas ceremonias; inventaron la porcelana casi transparente. En X dinastía a un alfarero le mandaron a hacer un dragón, y el Emperador para tener la pieza única, decapitó al alfarero. Y Bernardo Falliche, peleando para sacar un esmalte, se le acabó la leña y empezó a quemar los muebles, pensando que había fracasado se fue a acostar; al otro día al destapar el horno encontró un esmalte precioso. Y en Quinchamalí tenemos las gredas negras. Y Pomaire… se puso comercial, perdió calidad. También tenemos a la Julita Vera, escultora popular, y a los Diaguitas, los alfareros precolombinos del Norte. Los Chibchas en Perú, y los Nazcas buenos dibujantes sobre cerámicas; todas colonizaciones en torno de la explotación de este recurso natural. … En Lora encontraron Jarros Diaguitas y se creó todo un “rollo”»¢ con el tema del Patrimonio cultural”.
…Han transcurrido cinco horas de fuego a ritmo suave. Llegan sus amigos de Vilches, a verle, y para ser parte de esta cochura. Ahora moja la leña con un chorro de agua para lograr una atmósfera oxigenante. Al cumplirse la hora 6, y la hora 7, repite la atmósfera oxigenante, mientras observa que el humo de la chimenea del horno salga rosado a rojo. Nos manda colocar una delgada ramilla de tiatina donde sale el humo, “debería arder la rama” nos indica. Ya sin luz el día, avistando las primeras estrellas, cercanas las 10 P. M. luego de nueve horas de fuego, nos dice: “ya, están buenas las terracotas”, y apaga el fuego del horno con un último y persistente chorro de agua, y como durante el día nos hemos transformado en sus informales aprendices, nos comunica: “leña húmeda: agua evaporada, afina la cochura con la última atmósfera oxigenante al 100%”. Apagamos el fuego y se da por terminada esta etapa en la producción de terracotas, para al amanecer siguiente destapar el horno, y regresarlas al taller donde una nueva etapa comenzará a ser: pátina, arcos para las teteras, unir badajos con campanas, ensamblar murales; y mientras realizamos la faena de regresarlas al taller, la alegría y emoción del maestro son evidentes, concluye, “¡es la mejor cochura, todas la piezas están perfectas, ninguna se ha roto!”.
Durante el mes de abril (2012), con el respaldo ejecutivo de su hija Payne Lavín Caro, el maestro realizó su exposición de Esculturas de Terracotas y de sus Peces de Piedra en el Centro de Extensión Cultural de Talca, Chile, exposición que incluyó el lanzamiento de la segunda edición de su Libro de Poesía “El Pez de Piedra”, editado en el año 2011 por Editorial Inubicalistas, Valparaíso, Chile.
Entre sus emblemáticas obras destacan junto a su Poesía, sus Murales en Homenaje a la vida rural chilena, sus Peces de piedra, y su último trabajo en terracota: sus esculturas de caballos.
Uno de los objetivos de registrar el trabajo del maestro Alejandro Lavín, era el de postularle al Fondart – Chile 2013, en la Línea de Conservación y Promoción del Patrimonio Inmaterial, y también, como Patrimonio Humano Vivo, gestión que no podremos concretar. El Poeta Artesano Alejandro Lavín falleció el 25/04/2012, a la edad de 75 años. Y tal como él lo solicitara, su sepultura se encuentra en el Cementerio de Vilches, lugar que mira hacia su excelsa, mágica, y amada montaña.