«He decidido que pasearé sobre mi cumpleaños. Sobre este día. Pasearé igual que si fuera un último viaje, observando esta ciudad como si no hubiera pisado antes ningún otro sitio. Es mi cumpleaños. Quiero volver a mirarlo todo».
Manhattan Pulp. Página 42.
«Pobres mortales, creéis que no moriréis y os compráis tartas para enmascarar el dolor».
Manhattan Pulp. Página 42.
«La habitación se va volviendo blanca. De pronto ya es del color de una sábana con relieves profundos, como si yo me encontrara dentro de un farol encendido, latente».
La dimensión del ojo. Página 63.
«[…] mueve los labios y se afana en mandarle besos a su mujer; unos besos bastante teatrales, casi lúbricos, de pervertido con gabardina».
Noche de bodas. Página 97.
Sin embargo, cada uno de ellos tiene su voz propia y Matías Candeira presenta una riqueza de imágenes -quizá podríamos decir surrealistas a veces- que tienen algo de poético, pero que pasan a gran velocidad, dejando un brillo especial en la prosa, ya de por sí original por sus temas y asociaciones entre la «irrealidad» y la realidad, separadas por la delgadísima línea de la metáfora o la alegoría.
Cada uno de los relatos que constituyen Antes de las jirafas merece análisis singularizado por su calidad así como por la riqueza de sugerencias que el lector puede encontrar bajo el texto aparente. Pero nos centraremos en algunos de ellos y sus particulares aportaciones. Lo que me ha llamado poderosamente la atención son las relaciones paterno filiales y creo que el propio autor se ha dado cuenta de ello al dedicar su cuento
Ojos vacíos a sus padres y su hermana Lucía «porque somos todo lo contrario a esta historia de agujas, renuncias y fotografías lúgubres». Pero además de esta historia en la que la madre se dedica a vaciar los ojos del padre en las fotografías (un padre cada vez más ausente por motivos de trabajo) hay otros a destacar como El extraño, Exploradores, Una voz en el umbral, La estirpe amarilla. En El extraño, un padre al que «pica» un animal radioactivo (como a Peter Parker a quien veremos en otro cuento al borde del colapso y la muerte, pidiéndole a Octopus que lo haga desaparecer) se convierte en un monstruo peludo al que mujer e hija empiezan a querer frente a la fría relación que mantenían antes, cuando vivían en la «normalidad», dado el escaso tiempo que ese hombre les dedicaba entre otras cosas por su dedicación al trabajo. En otros dos de ellos hay hijos que parecen no proceder de sus padres: uno huirá de su antropófago progenitor (en caso de que lo sea) y al otro lo abandonarán sus padres -seres extraordinarios de ojos amarillos y cuerpo lleno de cerraduras cuando un cierto peligro humano aceche y le surja su primera cerradura (metáfora nada desdeñable si pensamos que cuando tenemos algo bajo llave dentro de nosotros es cuando empezamos a tener conciencia de ser «mayores».
Es, en cualquier caso La noche repetida, la que quizá más enamora por esa imagen casi surrealista de una inmensidad de escarabajos que lo cubren todo como metáfora de una pena terrible que acompaña a un padre que parece haber perdido a su hijo. La pequeña cama, el caballo de madera… se clavan en el lector para hacerle entender que el dolor puede tomar formas de mil patas, negras y movientes, capaces de taparlo todo con su brillante pero negro manto. Y que apenas dejan lugar para el olvido y el descanso.
De igual forma este libro no deja lugar para el olvido por su calidad, por las realidades que cuestiona bajo formas e historias irreales, por la audaz manera que tiene el autor de presentarnos el tiempo que vivimos a través de cuentos imposibles, pero con gran empuje donde nada es lo que parece ni todo lo contrario, sino un mundo generado por el autor que nos habla de soledades, de incomprensiones, de relaciones antropófagas, negativas y oscuras, de rincones donde el hombre se mete… y difícilmente sabe salir. No se sabe si los seres que describe vivieron «antes de la jirafas», pero más bien parece que viven «después de los rascacielos».
Altamente recomendable… y dos veces bueno.