Uno se imagina a un joven algo envejecido, vestido con la seriedad que requiere un catedrático de instituto (de aquella época) y de costumbres más bien aburridas: lectura, algún paseo, la tertulia en el casino.
La verdad es que Soria, en aquel tiempo, no sería en cuanto a diversiones ninguna Sodoma. Las tardes lentas, el transcurso del tiempo, el sonido monótono de las fuentes… de todo esto está llena su poesía.
En la pensión donde se hospeda conoce a una joven (Leonor, la hija de la dueña) hermosa y frágil. Su edad, 15 años , hoy sería considerada casi infantil. La edad del catedrático, 34, prácticamente lo convertía en un solterón en aquellos años. La boda y la felicidad son efímeras. El filo del Parca corta aquel delgado hilo de dicha y el poeta se convierte, ya para siempre, en un viudo, más envejecido, si cabe. Aunque ya no será el mismo, seguirá profundizando en su obra con sabiduría, escepticismo y unas gotas de inteligente ironía. Luego vendrá la guerra que a todos arrastró a donde no querían. Y el final desolador y profetizado: y cuando llegue el día del último viaje…
Sostiene una larga tristeza de viudo
con su ceño fruncido y cabizbajo.
En su boca, la brasa de un cigarro
y una sed antigua y no colmada.
Tantas tardes de casino provinciano,
tantas horas de café y aburrimiento
no han secado su alma y su palabra.
Como una rosa que no pierde su perfume,
siempre mantiene la espina del recuerdo
de aquel primer dolor enamorado.
El recuerdo es la sombra de este hombre
triste, cansado, pensativo y viejo.