Como sueñan las luciérnagas quemadas, detrás de las farolas; en cacería de ciudad, las almas de revistas y vidrieras sufren tu palabra -que acullá- se llena del alcohol de malos ratos, en cada bar, en un mustio pedazo de noche, de día… de paz.
Tu nombre, lid de mi lógica y entrañas, que matándote con aéreo hechizo, aún cultivo tibiamente bajo otra razón.
Trepándose a recuerdos de bocas que ha besado, y sin reconocer los labios que ha buscado, en aquel agrio paso, mi propia clemencia te lleva a cada espacio en que la piel vuelca un vacío y el espíritu roza en aristas mi necesidad mendiga…
Un sorbo de equilibrio a la herida de este legado, y allí los dos alejados de lo que hemos sido, y nunca más cerca de lo que no hemos hecho, abrigándonos eternamente con la sinceridad que nos falto y la fantasía del encanto perdido, unidos así, al mismo punto de miradas en que por primera vez nos vimos, unidos así, también sabemos morir.