Señoras y señores, están haciendo negocio con nuestra melancolía y nuestros anhelos.
Están llenándose los bolsillos a manos llenas con nuestros recuerdos.
Se dirán, como siempre que se hace una afirmación de tal calibre, se están enriqueciendo, bien, pero ¿quiénes? Los de siempre, les contestaré yo. Todos los intermediarios que pululan en el negocio del arte. Porque el artista, de la misma manera que el ganadero o el agricultor, no es más que un artesano. Siendo, igual que sus artesanos colegas, el último mono en la cadena enriquecedora de buitres y hienas sin escrúpulos. Pero son monos que, bien dirigido por productores, agentes o editores, se dejan llevar por las modas creadas por aquéllos y vemos cómo nuestras vidas están inundándose con artículos conducentes a arañar nuestros corazoncitos.
De modo que se dedican a saturar nuestras vidas con un «arte» que no gusta más que por saturación.
Una saturación que forma parte de una estrategia perfectamente ideada por los productores, editores o agentes antedichos para llenar con ansia sus bolsillos. No hay más que echar un vistazo a los escaparates de las librerías, escuchar un poco la radio y observar la parrilla de la televisión para darse cuenta de que se está haciendo negocio con la nostalgia. El arte no puede considerarse como tal si se convierte en un producto fabricado en serie para que lo consuman sin preguntas.
Bastaría echar un vistazo a un gráfico sobre la población española para observar, sin necesidad de ser un lince, que la generación más numerosa es la que va de los 35 a los 50 años aproximadamente. Este es, a mi juicio, el motivo por el que se está saturando el mercado con todo tipo de artículos conducentes a arañar nuestros corazones, a recordar sin desmayo nuestra infancia y juventud. Es decir, a hacer negocio con la nostalgia. Si no fuese así ¿por qué razón en «cuéntame» los años anteriores duraron significativa y comparativamente mucho menos de lo que están durando los años ochenta? Por el negocio de la nostalgia en el arte.
Estos datos de población, no lo olvidemos, los manejan a la perfección los gurús del arte que lo bastardean con sus oscuros intereses. Manejan un plan de marketing en el cual la variable poblacional es muy importante.
No es, por lo tanto, arte. Es negocio puro y duro.
Gente que no tienen la menor idea de lo que están leyendo, escuchando o viendo pero que fabrican estrellas a su antojo manejando los gustos de la población. Dirán: «Lógico, apuestan su pasta sobre seguro». Si no hubiesen existido los ochenta esa aseveración sería cierta. Pero han existido, como se empeñan en recordarnos con vídeos de Barrio Sésamo, La bola de cristal y demás. Los ochenta no fueron solo hombreras, cardados y colores estridentes, fueron mucho más.
El verdadero éxito de los ochenta en España fue el aperturismo cultural que existió. Si alguien quería hacer algo, podía hacer ese algo sin tener que dar muchas explicaciones ni hacer grandes dispendios económicos. No había un IVA sangrante que aumentaba los costes hasta extremos casi insalvables en el caso de artistas noveles. Hoy día, por ejemplo, aparte del tan manido IVA cultural, hay un hecho que me parece sangrante a más no poder comparativamente hablando pues, en el caso de un libro electrónico, que es casi el único refugio del escritor novel que quiere editar, el IVA es del 21% mientras el libro en papel se grava con el tipo de IVA súper reducido, siendo el del papel un mercado copado, salvando casos excepcionales, casi en exclusiva por escritores consagrados. Sé que las comparaciones son odiosas pero este caso muestra a las claras cuánto se apuesta hoy día por nuevos valores.
En los ochenta, en cambio, si había quien quisiera hacer una película la hacía sin miramientos. Igual que hablo de hacer una película, puedo referirme a organizar una exposición de fotografía o pintura, o de editar un disco.
En las emisoras de radio no pululaban los productores y managers rapiñando sus migajas, como ahora, iban los artistas directamente con sus maquetas a dárselas en mano al locutor de radio de turno y éste la emitía sin mayores preámbulos. Había verdaderos bodrios en todos los ámbitos culturales, por supuesto, algunos de ellos tuvieron un éxito incomprensible, pero tuvieron cabida todos los estilos y todos los artistas que se preciaran de serlo. En un mercado artístico como el de hoy, no hubieran podido salir a la palestra gente tan heterogénea como Ouka Lele, Loquillo, Ceesepe, Kaka de Luxe, Alaska, Burning, Azul y Negro, Leño o Ejecutivos Agresivos, ni de casualidad. Los editores, agentes, managers o productores no lo habrían permitido. Porque estos tienen que tenerlo todo bien tasado, pesado, medido y valorado para poder hacer cálculos sobre si sus vacaciones serán en las Fidji o en Cancún.
Otro factor a observar en un gráfico que refleje a la sociedad española, nos mostraría que ha habido en los últimos tiempos una gran llegada de ciudadanos oriundos de países latinoamericanos. Cuestión, esta última, que bien utilizada podría enriquecernos culturalmente de manera exponencial pero que, dirigida por estos avaros sin escrúpulos, hace que este enriquecimiento sea inexistente o se reduzca a fabricar estrellas de papel de aluminio que les sirvan para sus bastardos intereses. La inmensa riqueza cultural latinoamericana se reduce, en manos de estas hienas de la cultura, a hacer versiones hasta la saciedad de la misma canción de reggaeton o a sacar una ingente cantidad de mediocres voceros (me niego a llamarlos cantantes) de horribles boleros con letras en forma de letanías insufribles.
La moda, y me refiero tanto a la alta costura como al «pret a proter» latino, que nos impone este mercado fabricado “ad hoc” para la riqueza de esta gentuza, se reduce a diversas versiones de disfraces de mujeres, más o menos tuneadas y sin cerebro, todas, y de malos, malísimos, miembros de supuestas, y peligrosísimas, bandas latinas que pueblan los vídeos musicales de las estrellas de plástico prefabricadas por estos gurús de la estafa y el engaño. Me niego a creerme la imagen de Latinoamerica que les beneficia. Prefiero los tangos, boleros, bachatas, vallenatos, chachachás o latinjazz de los de verdad. No toda esa morralla con que nos invaden a diario. Basura prescindible sin un ápice de calidad. Habrá quien dirá: «Si vende tanto es porque es bueno» o quizás: «Lo que te pasa es que tú estás quemado/a porque no triunfas con la mierda que escribes y Agapito/a ha conseguido un best seller»
No contestaré a estas víctimas de los carroñeros de la cultura, que saben que la masa es borrega por naturaleza y que en un mercado artístico bien saturado al final se consumirá cuánto se ofrezca.
Vaya, al final a mi pesar he contestado a quien me llama fracasado y dice que lo que vende es bueno.