Se han celebrado ya en el Auditorio de Zaragoza los dos primeros conciertos del XV Ciclo de Grandes Solistas ‘Pilar Bayona’, casi el 25% de todo el programa, que consta de nueve sesiones en 2012.
La presencia de los dos primeros artistas, el ruso Grigory Sokolov y el austriaco Ingolf Wunder, ha confirmado que el ciclo transita por los senderos de la más alta calidad. Del primero ha dicho un melómano entusiasta: “Sokolov es el mejor pianista vivo, con mucha diferencia. Recuerdo la única vez que lo vi, en primera fila, en un sitio desde el que podía contemplar perfectamente sus manos y pies, escuchar cómo respiraba. La extremadamente tenue y mortecina luz daba la impresión de que en el auditorio no había nadie más que él, quien me acompañaba y yo. Era como si estuviese tocando en el salón de mi casa. (. . .) Como es extremadamente tímido, este hombre, que parece que huye del aplauso y lo evita sentándose a tocar más y más, da propinas como si no tuviera familia ni amigos esperándolo. Recuerdo que para nosotros tocó cinco obras de entre cinco y diez minutos a modo de despedida y cierre. Recuerdo haber saludado a este hombre y hablado un poco con él y haber sentido que estaba ante alguien muy especial. Creo que nunca antes me había pasado. Guardo con mucho cariño su autógrafo”.
Estas palabras podría repetirlas cualquier aficionado de los que acudieron el pasado 14 febrero al recital que ofreció en el auditorio zaragozano. Independientemente del repertorio que alumbre, la satisfacción del oyente está asegurada con Grigory Sokolov. Y no sólo la satisfacción, sino incluso la plenitud gozosa. A sus 62 años transmite su propia plenitud, sean cuales fueren las teclas que pulse. Es un privilegio escucharlo porque se disfruta el momento y crece un deseo irrefrenable de que vuelva a suceder. Será un momento antiguo y nuevo al mismo tiempo.
El caso de Ingolf Wunder está en las antípodas de la cronología, porque apenas ha superado el cuarto de siglo de vida. Fue contratado como artista exclusivo de Deutsche Grammophon–el sello más prestigioso de la música clásica– en febrero de 2011, lo que resulta insólito para un pianista de 25 años.
El pasado 5 de marzo ofreció en el auditorio zaragozano un recital monográfico de Chopin. Otro melómano me hizo el siguiente comentario: “Si la eternidad no existiera, habría que inventarla para instalar en ella a Chopin, junto con algunos de los intérpretes: el de hoy, por ejemplo”. Comparto igualmente la opinión porque el joven austriaco consiguió que muchos de los asistentes quedaran atrapados en un gozoso callejón sin salida, con uno de los extremos ocupado por la música inmortal de Chopin y el otro por la magia de los dedos y el alma de Wunder.