Cuatro peregrinos de diferentes países se encontraron en el camino a un santo monte. Vivían de la generosidad de las gentes y una vez que una persona les dio unas monedas para los cuatro decidieron comprar algo para comer juntos.
El persa dijo:
– Yo quiero comer angur.
El árabe replicó:
– Ah, pues a mí lo que me apetece es inab.
Protestó con violencia el turco:
– De eso nada, yo lo que quiero comer es uzum.
– Bueno, bueno, – dijo con algo de chanza el griego -, después de tanto caminar con vosotros, hermanos musulmanes, mi paciencia no se aviene a comer cosas extrañas, yo quiero comerstafil. Y no se hable más.
– ¿Cómo que no se hable más?, – gritaron al unísono los otros tres.
Se armó tal trifulca que los peregrinos llegaron a insultarse con violencia como si les fuera en ello la vida, y hasta su identidad nacional, religiosa o étnica.
Menos mal que pasó por allí un hombre sabio, ducho en lenguas, y al ver la algarabía que se había formado, les pidió el dinero y se fue a comprar lo que todos deseaban. Al cabo de un rato, regresó con sendos racimos de uvas que era lo que cada uno de ellos había pedido en su propia lengua materna.