Bailes rituales en el mundo desarrollado
Las tres de la mañana, me despierto sobresaltado. La música electrónica y repetitiva de mis vecinos sonando a un volumen exagerado. El eco de los bombos retumbando en toda la calle.
Estoy muy cabreado, ya que llevo varios días intentado dormir apaciblemente y me resulta imposible debido a las fiestas del barrio, los mosquitos, las ambulancias y mis vecinos.
Así que decido ponerme algo de ropa e ir a decirles cuatro cosas. Presiono el botón del timbre durante varias veces, pero nadie abre. Mi enfado se incrementa por momentos. Sigo presionando el botón hasta que me sale humo de las orejas, entonces comienzo a golpear la puerta con mis puños, el sonido de éstos al chocar con la madera se confunde con los graves de la música. Cuando ya me estoy dando por vencido y el color de mis manos se torna de un colorao bastante intenso, alguien abre la puerta. Es un chico de unos 20 años, me he cruzado con él varias veces en la escalera y parece bastante agradable, así que decido controlar mi ira y decirle educadamente si me haría el favor de bajar la música. El chico, muy simpático me dice: “Claro, no nos habíamos dado cuenta”. Acto seguido, me mira por unos instantes y me pregunta: “¿Te quieres tomar una con nosotros?”. Me quedo estupefacto, es la primera vez en mi vida que llamo a la puerta de un vecino para recriminarle y me invita a tomar algo. Por lo inusual de la situación y mi predisposición a las cosas inesperadas, acepto su invitación.
Dentro del piso se encuentran dos chicos más de su edad y tres chicas. Han preparado caipiriña, una de mis bebidas favoritas. Así que una sonrisa se dibuja en mi cara, uno de los chicos se levanta y baja la música, el que me ha abierto la puerta me sirve la caipiriña. Al probarla me doy cuenta de que es la peor caipiriña que he tomado en mi vida, hay que decir que mi nivel de exigencia en la preparación de esta bebida subió considerablemente desde que compartí piso con un chico de Sao Paulo. Si no hubiera sido así, quizá mi percepción sobre la que me había servido, no hubiera sido tan negativa. En cualquier caso, no quiero ser grosero con él y le digo que no está mal del todo. Por unos momentos analizo la situación en la que me encuentro, sin duda bastante extraña. Me siento un poco incómodo, pero a medida que mi copa se vacía, me siento más a gusto con mis compañeros de madrugada. Ášltimamente prejuzgo bastante a los chavales de su edad y su manera de divertirse, quizá porque uno ya ha entrado en la treintena y pueda sentir cierta nostalgia de la energía que derrochaba más de diez años atrás.
Con la segunda caipiriña en la mano les pregunto si han salido ésta noche. Una de las chicas me responde que todavía no, que tienen pensado salir ahora. Sin pensármelo dos veces les pregunto si me puedo unir a ellos, en cualquier caso no podré dormir esta noche tampoco. Ante mi pregunta, se miran entre ellos extrañados, pero rápidamente me dicen que sí, que cuanto más seamos, mejor.
Después de otra caipiriña y de conversar un rato sobre música electrónica en todas sus variantes, nos vamos al garito. Hay una cola bastante larga y nos toca esperar durante media hora, en el transcurso de ese tiempo me da tiempo para arrepentirme de haber dejado mi cama a esas horas. Cuando estoy a punto de largarme, el chico que me había abierto la puerta me dice: “¡Vamos, anímate! ¿Cuánto hace que no te vas de fiesta?”. El chaval me hace reflexionar bastante y me doy cuenta de que quizás, últimamente, me estoy encerrando demasiado en la percepción de mi edad y comienzo a prejuzgar a los chavales más jóvenes, por lo que decido quedarme y ver qué depara la noche.
Una vez dentro del garito, las luces estroboscópicas me trasladan en el espacio tiempo a mis diecinueve años. Decido dejarme llevar, al fin y al cabo, siempre he creído que ese tipo de fiestas son para liberarte por unos instantes de todos los preceptos que nos imponemos o nos impone la sociedad; así que me deslizo entre los sonidos básicos y orgánicos de la música que suena a través de las grandes pantallas de sonido. Sin darme cuenta me encuentro en uno de esos momentos de liberación que todos necesitamos, el sonido “house” me abre las puertas de la percepción (Aldous Huxley,1954) y comienzo a sentir un cierto amor por todos los que allí estamos reunidos. De repente, tengo otra reminiscencia de mis diecinueve; me veo a mí mismo en una gran fiesta electrónica analizando todo lo que allí sucedía y recuerdo algo maravilloso que no había vuelto a pensar en varios años. Los adolescentes tienen una necesidad natural de experimentar con su cerebro, quieren conocer sus límites, y lo hacen sin apenas darse cuenta. Es como un instinto natural o un proceso por el que todos tenemos que pasar, en mayor o menor medida.
Analizando todo lo que siento y lo que percibo alrededor, me doy cuenta que estas fiestas electrónicas con sonidos básicos y orgánicos, la multitud de gente allí reunida o incluso el uso de algunas sustancias alucinógenas, no se diferencian mucho de las reuniones tribales en las que bailan alrededor de una hoguera siguiendo el ritmo de tambores y bajo los efectos de alguna planta como el peyote o la aya huasca. Estas tribus consideran este baile como un ritual para entrar en contacto con nuestro lado espiritual, nosotros, en el “mundo desarrollado”, simplemente lo consideramos como una manera de divertirnos para deshacernos de la rutina cotidiana, para liberarnos de nuestros quehaceres. Bien es cierto que algunas de las personas que he conocido, adeptos a este tipo de fiestas, manifiestan su interés por algo más que la simple diversión. Están interesados en conocer otras partes de nuestra psique, han descubierto otro tipo de percepción con el uso de ciertas sustancias y comienzan a interesarse por el uso que determinadas tribus le dan a plantas como la ayahuasca.
La mayor parte de las personas en estas fiestas solo piensan en “volverse locos” por unos momentos, tan siquiera se dan cuenta que de lo que pasa por su cerebro; pero, en cualquier caso, acuden a estos clubs de forma habitual atraídos por las sensaciones que allí se experimentan. Lo que me parece fascinante es que a pesar de que muchas ramas de la ciencia se empeñan en apartar nuestro sensación de espiritualidad, tantos individuos se reúnan, de una manera inconsciente, en busca de nuevas percepciones, de nuevas perspectivas; y que éstas se parezcan tanto a los rituales espirituales empleados por algunas tribus.
Es muy interesante analizar que, años atrás, cuando los individuos se reunían en la iglesia, este tipo de fiestas no existían. Obviamente, con la religión se daba una respuesta a ese tipo de curiosidad intrínseca de los seres humanos, al igual que ocurre en los rituales de las tribus antes mencionadas.
¿Qué es lo que se busca?
Obviamente en este tipo de fiestas y rituales se busca distorsionar la percepción habitual con la que contemplamos el mundo y deshacernos de todos los pensamientos de la vida cotidiana. Quizá tenga mucho que ver con lo que decía aquel gran pensador llamado Siddhartha Gautama en torno al siglo V a.C. acerca de contemplar la rueda de pensamientos y enfrentar nuestros miedos con la meditación.
Me he quedado absorto en esta reflexión mientras la música suena por los grandes altavoces y las luces led forman figuras coloreadas por todas partes. Observo como mis vecinos bailan con los ojos cerrados dibujando una sonrisa en sus caras y me doy cuenta de que he estado prejuzgando en exceso a los adolescentes que, aunque no quieran necesitan emprender su viaje de autoconocimiento.
Ahora recuerdo que fue en esa fiesta, varios años atrás, en la que comprendí que no necesitaba de ese tipo de experiencias para bucear dentro de mi mente y en la que comencé la búsqueda del conocimiento en todos los aspectos de mi vida, entre ellos el musical. Años después he investigado tanto en la melodía que ese tipo de sonidos básicos me aburren. Sin darme cuenta juzgaba a las personas que acudían a estas fiestas por parecerme demasiado simples. Pero esta maravillosa vida, siempre tiene una sabia experiencia para recordarte lo humilde que debes ser si quieres realmente ahondar en el conocimiento.
Observando de nuevo a mis vecinos, inmersos en su propia experiencia, me deslizo hasta la puerta sonriendo, mientras voy de camino a casa me pregunto que pasaría si, en vez de censurar de una manera tan extrema las drogas y este tipo de fiestas, la sociedad se preocupara por ver lo que los adolescentes, de una manera u otra buscan, incluso inconscientemente. Quizá si se cambiara esa forma de educación tan anticuada, todavía basada en la censura; y nos diéramos cuenta de que prohibiendo, lo único que se consigue es hacer de lo prohibido algo más atractivo, los jóvenes tendríamos mucha más información al respecto y comprenderíamos qué es lo que realmente buscamos. Pero claro, como he escrito anteriormente, a muchos no les interesaría.
Cuando me acerco a mi portal, el viento me acaricia y la luna brilla entre los edificios. Sin duda, una noche maravillosa.