En pocas semanas se cerrará un ciclo más de la existencia del hombre. Con el año que termina, es hora de hacer balance de lo vivido, de lo conseguido y de lo perdido en los últimos doces meses que están a punto de finalizar.
El año natural, no es más que una manera arbitraria de medir el tiempo. Pero, en realidad los años no existen. Existe la vida que transcurre, que fluye sin detenerse, siempre hacia delante, creciendo y acortando en su devenir, el tiempo de vida que aún le queda al hombre.
Cada vida es un misterio, un mundo, con sus propias reglas de funcionamiento, con su organización interna y estructura bien definida psicológica y biológicamente. A pesar de todo, el hombre es algo más que una amalgama de moléculas en funcionamiento y de reacciones bioquímicas perfectamente imbricadas.
En todo ser humano, el espíritu es el motor esencial de su existencia, no sólo porque lo pone en marcha como «ánima» que lo alienta y vivifica, sino porque le otorga la capacidad de infinito y de trascenderse. La capacidad para salir de uno mismo le permite al hombre tocar el sentido de su propia existencia: ¿por qué vivo?, ¿para qué vivo?, ¿para quién vivo?
No hay forma humana de escapar a las últimas preguntas que todo ser humano se formula alguna vez a lo largo de su vida. Cuando, al término de un año, hablamos de hacer balance, todo apunta de nuevo a las grandes cuestiones que martillean constantemente nuestra conciencia, y que en definitiva configuran los puntos sobre los que se debe establecer nuestra revisión de vida.
No es una cuestión de números, ni de contabilidad económica, ni de éxitos sumados, ni de fracasos acumulados, ni de bienes materiales conseguidos o perdidos. El balance de la existencia toca el centro neurálgico de cada hombre, porque le permite medirse dentro del universo de la naturaleza. Su exclusiva singularidad, frente a los animales y otros semejantes, le impide diluirse en el vasto mundo de lo creado.
Desde ahí puede hacer una lectura retroactiva del año vivido, comprendiendo y llenando de significado cada elemento importante que, entonces, no comprendió y que, ahora, puede retomar, al inscribirlo en la enorme trama sobre la que se va desarrollando su vida, pero esta vez, dotándolo de nuevo sentido.
Así se escribe la historia, ¡evidentemente!, porque la vida del hombre no es una vana suma de acontecimientos que se despliegan al hilo de los días. La historia de cada hombre es la experiencia de vivir con sentido cada día, dentro de un conjunto mayor que sabe desde dónde empieza, por qué se desarrolla, y hacia dónde camina.
Cuando el balance final del año es positivo, es porque se ha entendido el por qué de todo lo vivido, y se ha podido dar un paso más en las respuestas, nunca colmadas del todo, que dan sentido a la existencia personal.