Balnearios de Etiopía. Javier Guerrero. Eterna Cadencia.
«Lázaro instaló una repisa para exhibir su colección de esculturas primitivas. Se trataba de una instalación a base de láminas de mármol perfectamente alineadas en una correlación simétrica absoluta. […] La primera en ser divisada era un busto de algún rey de Nigeria. Su frontalidad llegó a aterrarme. La cabeza parecía estrangulada por una serie de serpientes que se enroscaban en su cuello”.
Página 43.
“Entonces todos brotaron. Florecieron. Y en vez de polen, piñones, capullos aromáticos, frutos, pimpollos, al unísono nacieron vergas, grandes y hermosas vergas, afelpadas, de terciopelo, aduraznadas, lisas y carnosas, aberenjenadas, botones de vergas que se llenaban y crecían en un instante, brotes que invitaba a la caricia, yemas que hacía agua la boca, mohos, bejines, vergas como guanábanas, setas envergadas y a una trepadora le seguía una hiedra que ahorcaba un vergón como papaya”.
Página 54.
“-¿Por qué sangras, mamá?
La madre descubrió con sorpresa a su hija, bajó la mirada y se palpó el vientre diciendo:
– Porque aquí tengo un pedacito de carne a la que le da por llorar una vez al mes”.
La niña sin pensar le replicó, mientras la madre seguía tocándose el bajo vientre:
– ¿Y por qué llora, mamá?
Sin dudar, la madre le respondió:
– Porque no puede salir, mmi amor… por eso llora”.
Páginas 81 y 82.
La novela, por proceder de autor sudamericano, tienta a hablar de realismo mágico por las circunstancias inverosímiles, o rayanas en lo fantástico, que se nos cuentan. Sin embargo creo que en realidad es la enfermedad, con su fiebre y sus delirios la que habla por la boca del protagonista, desfigurando retazos de realidad y reinterpretándolos de una forma ilógica para la percepción de los que están sanos. Mezcla de sueños en la calentura, con escenas y conversaciones contempladas que se deforman, como cuadros de Bacon, para darnos una visión terrible, escatológica, sucia, y muy violenta, que es la que recibe el enfermo.
El mal que aqueja el cuerpo del protagonista es como un velo de amarillenta suciedad, de escatológica mezcla de lo fecal con lo fetal, las secreciones del cuerpo, las plagas, el virus… un velo que todo lo esperpentiza de forma asquerosa y repugnante.
“La enfermedad había tomado todo mi cuerpo, con excepción de mis uñas y pelos”.
Página 61.
En un determinado momento, el enfermo, que nos habla de una escasez de carne porque todo el mundo corre a comprarla en previsión de una plaga de plantas carnívoras (nótese la ironía), habla de cómo esa carne, que a pesar de estar en el frigorífico se pudre a gran velocidad, parece absorber enfermedad de su cuerpo, lo cual me hace recordar, en cierta forma, la novela El doctor inverosímil, de Ramón Gómez de la Serna, en la que se dice que una mujer estará enferma hasta que se deshaga de una prenda determinada de vestir ya que «no hay nada que conserve la corrupción como unos guantes de cabritilla». Comparte, desde luego, este joven autor venezolano, con nuestro genio de las greguerías, ese humor desconcertante y esa visión descompuesta del mundo, en este caso justificada por los estragos del mal que ocupa el cuerpo del protagonista.
“Noté entonces que ahora las carnes, antes aparentemente los lácteos, atrapaban los síntomas de la enfermedad.
Así era. Las carnes ulceradas habían salvado mi cuerpo de la corrupción y la tristeza”.
Páginas 78 y 79.
Todo se hace extraño en esta historia donde la enfermera que cuida del protagonista como antes cuidó de su pareja se hace odiosa al lector por su sequedad y falta de complicidad, para después hacerse cercana y hablar de temas banales en los que se vuelve “humana” como su obsesión por ahorrar para realizar viajes que nunca ha hecho:
«Aviva Malayalam habló de los viajes que tanto había diseñado y para los que trabajaba como enfermera privada. Conocía con propiedad los territorios más remotos. Por supuesto, nunca había estado en ninguno de ellos. Pero qué importaba, daba igual imaginárselos, se basaba en datos enciclopédicos y en revistas de viajes que coleccionaba desde hacía más de una década. Era capaz de nombrar las ciudades más extrañas del mundo, también las archiconocidas. Contestaba con facilidad a las preguntas más corrientes: capital, gobernante, clima, comida típica, flor nacional, lenguas y número de habitantes«.
Páginas 28 y 29.
Por no hablar de una madre que aparece de forma constante en los sueños del protagonista, que pasa del castellano al portugués, que compra colonias de hormigas que devoran los insectos que originan la primera plaga aunque se le pide que no lo haga. Aunque, ¿qué es de todo ello real y qué es interpretación del enfermo a través de s fiebre y su alucinación continua? La madre y las hermanas, continuamente pariendo y siendo paridas parecen querer traducir una obsesión, una presencia no superada por el protagonista en el que la presencia omnipresente de la madre y su homosexualidad parecen hacer un extraño binomio que se deja, no obstante sin explicar. Muy freudiano.
Una obra muy interesante por su audacia, por la valentía de escribir sobre ese estado de postración y percepción de la realidad cuando los sentidos están sometidos a la fiebre, al dolor, a la desorganización del cuerpo. Una visión escatológica (y desordenada) de la vida, familiar, política y personal cuando un virus lo transforma todo.