Cultura

BARCO AL FIN DEL MUNDO

-Reseña de Al final del mar, de Gabriel Sofer-

La busca de nuevas formas de expresión, es decir, lecturas de la realidad, produce resultados que causan asombro. Los siglos XIX y XX fueron pródigos en ello: desde el Prerrafaelismo (antepasado pictórico y poético del hiperrealismo), hasta el impresionismo de Monet pero también de Schopenhauer; pasando por el simbolismo de Mallarmé («sugerir, no nombrar»)…;sin embargo, todo eso se queda corto con el estallido de las vanguardias: el futurismo de Marinetti, el dadá de Tzara, el surrealismo de Breton o Apollinaire que abrazarían Alberti o Aleixandre, el creacionismo de Huidobro o Larrea, el ultraísmo de Guillermo de la Torre o Garfias

España también tiene sus iconoclastas como: Luis Martín Santos, Torrente Ballester, Camilo José Cela, Julián Ríos, Enrique Vila-MatasMariano Gistaín. Por el contrario, hay buenos ejemplos de obras fallidas de autores que han hecho del «todo vale» su bandera en pos de la originalidad, es decir, «la realidad es caos, por tanto mis libros deben serlo», olvidando que para transmitir la sensación de caos un libro debe ser de todo menos caótico, en caso contrario se convierte simplemente en ilegible; autores, decíamos, que nos han entregado obras que no dejan de ser meros cajones de sastre con más agujas que hilos donde coser la lectura al pensamiento.

La publicación de Nocilla Dream ha abierto la espita de los narradores que se han subido al carro olvidando que el primero que llamó a los dientes perlas, era un genio, pero el segundo, simplemente un imitador. Agustín Fernández Mallo, su autor, es sin duda un escritor de talento; sin embargo, sus seguidores no dejan de ser meros oportunistas. Por el contrario, existe una raza de escritores que ha hecho de la imaginación y las culturas (uso deliberadamente el plural), el leiv motiv de su quehacer.

En el año 1977, por ejemplo, Juan Perucho, publicó en Madrid, un pequeño gran libro titulado Bestiario Fantástico con el que daba vida a una colección de monstruos como el Calígrafo que se encuentra con Mister Pickwick; el Palmarium, que interpreta cantos litúrgicos; el Bernabó o la Escabrosa, además del Papelero que absorbe la tinta de los manuscritos… Perucho, como Borges, pertenecía a esa escuela de escritores que sabe que el mundo y el hombre son inabarcables y nunca acababan de ser contados.

Valga esta introducción para decir que en la literatura, y más particularmente la narrativa, hay dos formas de enfrentarse al folio: la de quienes piensan que la novela y el cuento nunca morirán y la de quienes sin haber escrito uno bueno, declaran que están enterrados.

Gabriel Sofer pertenece al primer grupo.

«Al Final del Mar» es la primera obra de este autor madrileño que, sin embargo, ha pasado su vida entre Londres, Nueva York y Haifa. Sofer es hijo de un norteamericano de origen judío y de una española. Nacido en 1973, estudió Ciencias Matemáticas en Oxford, reside en los Estados Unidos y publica por primera vez ficción en una pequeña pero estupenda editorial cordobesa llamada El Olivo Azul.

Dividido en cinco partes y con un prólogo estupendo de Luis Alberto de Cuenca, Al Final del Mar es un libro en la estela de Kafka pero también de Borges (el gusto por la elipsis, la parquedad expresiva, los temas) pero, sin embargo, absolutamente original. Y es que Gabriel Sofer escribe de forma impresionista y casi cinematográfica con brochazos que acaban fundiéndose en la retina del lector; reinventándose en cada pieza; arriesgando siempre.

Sus técnicas y argumentos son de lo más variados. En cuanto a las primeras, el uso de un presente histórico que acerca la trama al lector hasta casi palparla: «Una madre camina con sus hijos hacia el puerto», «La comida de poco sirve cuando hace tanto frío», «Al principio fue el silencio, vagamente recuerda Matías», «Me temo que, dada la situación, sólo podré ofrecerle un resumen de mi pobre historia», «Mi abuelo Elías es un buen hombre», además de utilizar a menudo un narrador en  primera persona y jugar con la historia, la cita, la paráfrasis y la reinvención del pretérito; en cuanto a los segundos, la búsqueda de la tierra prometida en el relato que da título al libro y que realiza hasta diez saltos temporales, algo así como Sthendal en las primera páginas de la Cartuja de Parma, sin ocuparse del marco espacio/tiempo apenas (Marsella, Irlanda, España, Israel como destino) ni, aparentemente, la psicología de los personajes, hasta resultar que el argumento mismo es la psicología, y concluir, como Cioran, que si se le da una oportunidad a los mártires, acaban convirtiéndose en verdugos; la resistencia humana en El Incendio de Homero, a través de la peripecia de un viejo que sobrevive escondido con su perro en una ciudad destruida y heladora calentándose con libros, y que nos recuerda un poquito a la película El Pianista de Roman Polanski además de llevarnos a múltiples reflexiones (la más fácil, que hay quienes queman libros para matar a sus autores e ideas y hay quienes lo hacen para vivir); las persecuciones, en el impresionante relato de El Silencio, donde el autor perfila unos personajes que intentan sobrevivir al pogromo de la judería de Sevilla; el viaje, en La Esperanza, donde un caballero se embarca a las Américas en un relato que haría las delicias de Maupassant; las geografías imposibles pero no por ello menos reales, que nos trae a la memoria aquel cuento de Jorge Luis Borges TlÁ¶n, Uqbar, Orbis Tertius; la infancia como Arcadia, en el maravilloso relato titulado Una historia Infantil, uno de los mejores como dice el prologuista; el destino, en El Limpiabotas, que tiene más de parábola que de relato….

En todos ellos se muestra el autor sugestivo, evocador y ameno. En todos convence al lector con su maestría, su prosa limpia y su juego de espejos que conducen el punto de vista como un péndulo, es decir, de un extremo al otro en un el maravilloso laberinto de unos relatos de donde no apetece salir.

He aquí un libro muy recomendable.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.