Aparte de su narrativa, tan interesante, la obra de Mario Benedetti (Paso de los Toros, 1920 – Montevideo, 2009) queda sobre todo -así lo reconoce el autor- como una creación de inspiración poética; y su poesía, como la parte más importante y sustancial del conjunto. Se ha dicho y repetido que su poesía esa “sencilla” y “popular” (estos dos adjetivos se han prodigado con insistencia). Lo segundo, tomado en un sentido estadístico, quizá puede admitirse. Benedetti era un autor que “vendía” mucho y sus ediciones se multiplican. Si esto es ser popular, el autor uruguayo lo era de una forma cuantitativamente comprobable. Pero “sencillo” no me parece en absoluto, al menos en su poesía.
En la creación poética de Benedetti hay un continuo esfuerzo por jugar con el lenguaje, manipulándolo, sacando de él chispas y destellos, en ocasiones rompiendo las normas gramaticales. Inventa palabras (como su maestro Cesar Vallejo) y recrea el lenguaje con un sentido profundamente innovador. Es cierto que la lengua poética se acerca a la vida cotidiana y a sus prosaicas preocupaciones (“Poemas de la oficina” uno de sus primeros y más famosos libros), pero es un parecido engañoso en muchas ocasiones o, al menos, un parecido que hay que interpretar. Lo cotidiano, como en Ángel González, como en Gil-Albert, es un valor de extrañamiento, un refinado juego poético. No es que la poesía se vuelva “vulgar”, es que lo vulgar se convierte en categoría estética puesto bajo el foco reflectante del arte. En este sentido Benedetti sabe jugar con los ritmos poéticos, dándoles una gran libertad, pero también un gran rigor. Juega con las estrofas clásicas como el soneto, con una maestría de artífice riguroso. Domina la técnicas literarias y su obra está llena de referencias, veladas o directas, a clásicos y modernos. Léase su prodigioso “Soneto (no tan) arbitrario”, de su libro “Las soledades de Babel” donde, con la sola mención de nombres de autores y ciudades, hace una prodigiosa pieza poética de una sorprendente coherencia. Lo que el romanista Leo Spitzer llamaba una “enumeración caótica” que, como el autor indica en el título, no es tan caótica ni arbitraria como puede parecer a primera vista.
Benedetti trae a nuestro mundo poético, el de la lengua hispana, valores que no son muy frecuentes en estos pagos: humor, ternura, desgarro triste pero siempre tierno en el fondo. Poesía siempre humana, que hace que ese juego lingÁ¼ístico al que nos referimos no sea un alarde de virtuosismo ni un ejercicio de capricho vanguardista, sino unos recursos siempre al servicio de un discurso y una ideología humanista. Recuerdo aquí, en este aspecto, a Antonio Machado, pero el último, no el Machado de Leonor, sino el de Guiomar. La literatura se ríe de sí misma, de su sombra, se convierte en un ejercicio juguetón. Juguetón pero -he ahí el matiz- serio.
También está (no me olvido) la parte política y “comprometida” de su obra, uno de los aspectos más famosos y llamativos de su personalidad literaria. Aventuro, con claras posibilidades de equivocarme, que, como en Pablo Neruda, esta será la parte menor perdurable de su obra.