La lectura de autores que se hallan cronológicamente a caballo entre los siglos XIX y XX, nos ofrece la oportunidad impagable de aproximarnos a ese tiempo histórico y comprender así el pensamiento de una sociedad que, en el caso de España, muestra facetas de gran interés cultural . Leer al aragonés Ricardo Burguete —un escritor, mas no un intelectual, al menos tal y como hoy entendemos el concepto— viene a ser un ilustrativo viaje en el tiempo.
Burguete (Zaragoza, 3-II-1871 – 1937) fue un militar aragonés que llegó al generalato. En 1885 ingresó en la Academia General Militar. Recibe su bautismo de fuego en la campaña de Melilla de 1893; posteriormente interviene en la guerra de Cuba, donde por su valor heroico es recompensado con la cruz laureada de San Fernando y el ascenso a capitán. Destinado a Filipinas, es herido gravemente en acción militar y ascendido a comandante por méritos de guerra, empleo en el que permanece doce años hasta su ascenso a teniente coronel por antigÁ¼edad. Durante este tiempo, Burguete destaca por su intensa actividad literaria y como publicista militar.
En la campaña de Melilla, entre 1909 y 1910, vuelve a entrar en combate ya poner otra vez de manifiesto su valor, being ascendido a coronel por su comportamiento en Beni-Bui-fur. Con el grado de general de división, es nombrado Alto Comisario de Marruecos en 1921 y general en jefe del Ejército de África. Ya ascendido a teniente general, ocupa las Capitanías Generales de la sexta y primeras regiones militares. Más adelante, y de forma sucesiva, fue nombrado director de la Guardia Civil, presidente del Consejo Supremo de Guerra y Marina, y —ya durante la Segunda República— es designado para el cargo de director de la Cruz Roja Española (1931).
Su larga y fecunda vida al servicio de España termina con su muerte en 1937. Entre sus numerosas publicaciones sobresalen las memorias sobre sus actuaciones en Cuba y Filipinas, La guerra; Hágase Ejército (2 tomos); Nuevos métodos de combate. Proyecto de Reglamento táctico para la Infantería; Así hablaba Zorrapastro, Mi rebeldía; Dinamismo espiritualista; Morbo nacional; Biología de los Ejércitos, El problema militar, Corsarios y piratas, y algunas otras que nos dejamos en el tintero.
Por medio de su pluma y de sus libros, Ricardo Burguete expresa su idea de un ejército compuesto por soldados profesionales y endurecido por la voluntad. Se sit radicalmente en contra de ciertas teorías que, según él, reblandecen la capacidad del soldado para la entrega incondicional.
Burguete repasa los cambios que han experimentado las sociedades, y con ellos los ejércitos. Por su experiencia en los frentes de Cuba y Filipinas, entiende que un ejército moderno debe tener como base el alma dócil del soldado, su entrega completa, su comprensión de que la misión sacrosanta de su persona consiste en defender la patria cuando se lo ordenan los superiores.
Está convencido de que el Catolicismo es «una excelente escuela para educar la voluntad». Defiende un ejército en el que, sin despreciar los avances técnicos, los jefes y oficiales puedan contar con el espíritu sacrificado del auténtico soldado: un ser que pone, por encima de cualquier otra cosa, la patria y su defensa, y que por tanto está dispuesto a entregar su vida por una causa grande. En el capítulo primero del libro V de Mi Rebeldía[1], el militar aragonés apela a unas palabras de Lutero, pronunciadas poco antes de su muerte, que aluden al deseo de las gentes de ser dirigidas y llevadas por la severidad, y no por dulces caminos de molicie. El autor zaragozano anhela y solicita un ejército formado a base de disciplina, factor esencial para la consecución de la eficacia de las tropas.
Arremete contra lo que denomina «liberalismo católico», y añade, citando a Hartman[2]: «Las naciones educadas en el catolicismo necesitan que la ley vaya seguida del mandato imperativo. La ley para éstas no es nada sin la autoridad». Esta cita de Hartman le parece muy atinada a Burguete, dado que en ella centra su diserto y su tesis. Ese liberalismo católico que el progreso y el advenimiento de los nuevos tiempos exige a los pueblos, debilita en buena medida el principio de autoridad, menoscabando la preparación de las conciencias y dejando el sentimiento del deber en «cosa muerta». La voluntad del hombre católico tradicional estaba emparentada con el concepto del deber, y el cumplimiento de éste en lo personal, y aun en lo colectivo, se veía ligado a una obediencia ciega a los mandos. Incluso compara la forja del acero con la hechura del tradicional hombre católico, lleno de espíritu de sacrificio y sujeto por convicción a la obediencia. Burguete contempla el liberalismo católico como la perjudicial doctrina imperante en la sociedad de su tiempo.
Burguete alude a veces al pueblo en sus libros como concepto de grupo, de nación, de colectividad, y señala que éste se contempla a sí mismo sumido en el desconcierto, pues se ve incapaz de sobreponerse al yugo del gran capital. En realidad, está diciendo que de poco ha servido la crisis de las antiguas estructuras económicas y el progreso hacia la sociedad moderna, sobre todo para el pueblo llano, quien sale perjudicado con tanto progresismo y tanto espíritu de modernidad. Además puntualiza que las naciones con mayor ejército son aquellas en las que las tropas entienden en menor medida el significado del sentimiento del deber, tal y como se entendía cuando se inculcaban los principios morales tradicionales.
Si bien es verdad que el zaragozano tiene claras las claves de su discurso, hay que señalar —entre paréntesis— que es hombre de circunloquios, en especial si tiene alguna duda de ser bien comprendido.
A través de su obra entendemos que la educación tradicional es para él valor esencial, no solo en el soldado, sino también en la ciudadanía civil. Ve difícil educar mayorías —muchedumbres, escribe— «y hacerlas aptas para el sacrificio». Ášnicamente serán aptas para ese sacrificio las personas leales con la voluntad educada y la idea de patria como fundamento y principio. Y rechaza para la milicia a las almas frías y a los intelectuales. A éstos les aplica el calificativo de escurridizos, y afirma sin ambages que no sirven para soldados.
Valentía y sentimiento del deber, junto a la fuerza de voluntad, son los conceptos que, según este peculiar y desconocido escritor aragonés, debe llevar impresos a fuego en su mente el buen militar.
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[1] Burguete, Ricardo, Mi Rebeldía, Madrid, Librería de Fernando Fé, 1904, Libro V, “Educación de la voluntad”, p. 165. [2] Eduardo Hartman (Berlín 1842—Grosslichterfelde 1906). Este filósofo alemán desarrolla un pesimismo ético en su concepción del universo. La razón del universo está en lo inconsciente, dotado en potencia de voluntad, pero el universo es necesariamente malo. El desarrollo de la cultura es el medio para aniquilar el mundo y lograr el retorno de lo absoluto al estado primero de pura potencia. Filosofía de lo inconsciente (1869); Fenomenología de la conciencia moral (1879); Filosofía de la religión (1882), y El problema de la vida (1906) son sus principales obras.