Cultura

Búsqueda de la felicidad (7): Leonardo, el Andrógino

Autorretrato de Leonardo

Olvídate, lector, para empezar, de todas las tonterías que se dicen en El código Da Vinci, delirante ejemplo de cómo es posible mentir partiendo de cosas que podrían ser ciertas, aunque jamás hayan sido demostradas. Mejor para ti si no has leído esa novela, en la que hay de todo, menos buena literatura. Yo lo intenté en tres ocasiones, y en las tres me obligó el tedio a cerrar el libro en sus primeras páginas.

Leonardo es mucho Leonardo. No sé, con tanto y tan apetitoso alimento como nos brinda, por dónde hincarle el diente. Es un festín para el espíritu y un venero de sabiduría. Hizo de todo, y todo lo hizo bien.

Si tuviéramos que buscar, entre todos los grandes hombres de los que la historia guarda memoria cierta, el que mejor encarna el prototipo -acaso genésico- de la genialidad, sería, probablemente, el pintor de la misteriosa Gioconda quien se llevase esa palma.

¿Misteriosa o misterioso? ¿Gioconda o Giocondo? ¿Jocunda y sonriente o sonriente y jocundo?

La verdad es que no lo sabemos. Esa obra maestra de la ambigÁ¼edad pictórica puede ser femenina, puede ser masculina, puede ser neutra y puede ser, incluso, el autorretrato del hombre que la pintó.

La Gioconda reproduce y eleva a la perfección iconográfica -es su apoteosis, su símbolo, su eucaristía- el mito e ideal pagano del Andrógino.

Nadie confunda éste con otro mito, hasta cierto punto, paralelo: el del Hermafrodita. No es lo mismo la coexistencia en una sola persona de los dos sexos -el masculino del dios Hermes y el femenino de la diosa Afrodita- que la fusión, desaparición y superación de ambos latente en esa propuesta subversiva que es la Androginia. Con ella, el homo sapiens deja de ser mujer o varón y se transforma en criatura humana a palo seco, sin polaridad, sin condicionamientos sexuales, sin mutilaciones psicológicas disfrazadas de lo contrario.

Sólo así –coincidentia oppositorum, cabeza firme, corazón puro, mano vigorosa- se alcanza el Centro, la Suprema Sabiduría, el Ser que se Es, y se empuña el Grial.

Cuestiones complicadas, luz del éxtasis, alto vuelo de la mística que quizá resulten, en un blog tan efímero como lo son todos, extemporáneas e inoportunas, pero sin ellas no cabe, a mi juicio, empezar a entender a Leonardo.

El genio nacido en Vinci, a dos pasos de Florencia, aspiraba, como tantos otros artistas y pensadores de su época, a lo dicho, a la Androginia. Y ese impulso hacia algo inalcanzable aquí, en la tierra, en el mundo sensible, en la gruta de Platón, es lo que plasma la Gioconda y lo que la convierte en un misterio sobre el que han corrido mares de tinta y se han vertido océanos de cavilaciones, pero que nadie, hasta ahora, ha logrado elucidar.

Dije antes que Leonardo representa, por antonomasia, el prototipo de la genialidad, pero de ésta debe decirse lo mismo que Séneca dijo de la felicidad y que yo reproduje al comienzo de esta serie de artículos dedicados a su búsqueda.

Te lo reitero, lector: todo el mundo habla de la una y de la otra, de la felicidad y de la genialidad, pero nadie sabe muy bien en qué consisten.

No basta, para ser un genio, con ser un gran artista, científico, político o filósofo. Cabe ser, de hecho, cualquiera de esas cosas sin asomo alguno de genialidad, a fuerza, por ejemplo, de inspiración, de imaginación, de tesón, de erudición, de reflexión, de habilidad y hasta de mero olfato.

Pero no es lo mismo tener talento que ser un genio. Alcanzar, con las propias obras, lo Sublime -ese punto de confluencia de la Belleza, la Bondad y la Verdad- es condición necesaria para ello, pero no suficiente.

Genio es sólo quien, además de lo dicho, se adelanta a su época y vive en el futuro porque posee el don -congénito, no adquirido- de establecer relaciones, a menudo paradójicas y siempre invisibles para sus coetáneos, entre elementos sutiles, vigorosos, virtuosos, engañosos y dispares, trazando y trenzando así las líneas de fuerza que configuran, delimitan y vertebran lo que está por venir.

Sin esa capacidad de videncia -fruto del karma, pensarán en Oriente, o de la gracia de Dios, dirán en Occidente- es posible ser un gran hombre, pero no un genio.

Leonardo lo fue, esto último, en grado superlativo, y no sólo por calidad, intensidad y hondura, sino también por cantidad, extensión y anchura. Desbrozó caminos en los más variados territorios de la actividad humana. Abruma el catálogo de lo que hizo puertas adentro del arte, la ciencia, la tecnología, la filosofía y la literatura. Uomo universale (aquél que a todos los seres humanos se dirige, alcanza, conmueve y convence), donde los haya, Leonardo no admite más definición que ésa: la de un modelo vital e intelectual, hoy inalcanzable, que nació en el Renacimiento y se extinguió con él. Inútil sería, pues, la intentona de imitarlo, pero cabe estudiarlo y extraer, lector, enseñanzas y señales que jalonen el camino de tu vida y te ayuden a seguirlo sin perderte, esto es, a ser feliz.

Despliega ahora, amigo, tu velamen para que el viento de la genialidad lo hinche, lo impulse y anide en él, y deja que Leonardo te conduzca. Seguro que llegas a buen puerto.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.