El DC-3 estaba en la pista cuando llegué hace unos días. Me dió la impresión de estar expuesto en una muestra de viejos aviones, como pieza de museo, pero me enteré que pertenecía a la primera empresa que recorría las alturas del Parque llevando a intrépidos seres sin nada que legar. El piloto y la azafata, su mujer, eran alemanes y cada día jugaban su particular ruleta rusa acompañados de victimas no tan inocentes, porque pagaban por ese riesgo. Con el trascurso de los años, una enorme flota de avionetas y helicópteros surcan los cielos de Canaima; incluso hubo un accidente mortal pero eso no le sucedió a nuestro DC-3. Imagino que hoy será definitivamente, una pieza de los museos de Chavez pero guardo el diploma en el que se me otorga carta de valor por volar con ellos. Ironía o buen marketing: ustedes eligen.
Lo cierto es que determinadas maniobras demostraban la pericia o locura del piloto pero todo quedó en anécdota. Quizá las fotos puedan dar por bueno aquello de que una imagen vale más que mil palabras. Pero intentado resumir, la idea que puede tener un visitante del Parque sobre los altivos y desafiantes Tepuyes, no tiene nada que ver con la visión de sus cumbres de centenares de kilómetros cuadrados en las que las huellas del antiguo supercontinente de nombre Gondwana (Africa y América juntas) aparecen como estarían en el periodo Cámbrico. El 95% de los Tepuyes no ha sido escalados. Ocasionalmente, los helicópteros pueden posar arriba a gente, pero prácticamente ese mundo maravilloso está por explorar y por tanto pendiente de sorpresas. La flora y fauna será motivo del tercer reportaje pero la geología entreabre una puerta de como evolucionó nuestro planeta. Sus perfiles ígneos hablan de grandes cataclismos y es compresible que Conan Doyle situara en la meseta del Roraima un mundo en lucha entre dinosaurios, homínidos y primates. Como licencia poetica es válida, no como tesis científica, pues ninguno de ellos convivieron en la misma época. No se han encontrado fósiles en estas cumbres por la mera cuestión de que en el periodo en el que se formaron, no existía la vida sobre la Tierra, todavía. Por una simple ventanilla, no hermética del todo, del viejo avión, se puede ver la corteza terrestre más antigua. Es un buen motivo para jugársela aunque debo aclarar que en ningún momento fui consciente de que el miedo se iba escondiendo por cada sima o por cada cueva por donde afloraría, como cascadas, con brillos de vértigos ancestrales.