® Money Jungle – El Duke, Max Roach y Charles Mingus.
Ronda por ahí una comezón guitarrera. Cuando eso pasa, hay que rascarse. El Django R. estuvo dando vueltas por acá durante varios días, con su Minor Swing que parece una tormenta veraniega de esas que empiezan en noviembre y acaban en la cola de abril, y marcó uno de esos caminos que si no se andan, no hay paz.
La transición al Caravan de Duke Ellington parecerá medio jalada de los pelos, sobre todo si se agarra desde el Money Jungle, donde se encontró no el trío sino el triunvirato compuesto por el Edward K., el Max R. y el Charlie M., pero no es así. El subconsciente asocia tan libremente como Hamlet frente a la calavera: pasa que hay una versión de Caravan por el John Leslie o Wes, rodeada de la big band del Benny G. Ni ese adorno un tris meloso de la orquesta pudo ahogar esas octavas que, de tan mimadas, tienen un Hall de la Fama en los dedos de cada jazz guitarist del mundo.
¡Habría tanto qué decir sobre esa versión! Pero no sale, y no sale porque tendría que agarrar canales separados y borrarle todo el fru-fru al tema; sería cuestión de dejar al John Leslie solito, tocando a guitarra pelada, con el tempo amarrado a su pulgar. Caravan no se lleva bien con una Big Band. Para esa pieza, un bronce ya es multitud.
O la toca una, máximo dos violas, o se la devolvemos al triunvirato; a esos tres que llegaron a tocar juntos porque uno de ellos tenía el aire y el nombre de duque para arriba, porque el otro era tímido como pollito, pero cuando agarraba los palos y azotaba los platos, agarráte Catalina, era impredecible como tsunami además de un apasionado de la precisión. Con él, a tempo era a tiempo y no había tu tía… y porque el tercero había sido un niño que quería ser grandote —y el deseo se lo cumplieron las hadas, ni duda quepa. Fue un chico de hombros anchos, brazos y piernas largos y manos fuertes con dedos que fungían de cartuchos de dinamita cuando agarraba el bajo. Era alto y era hermoso, hiper–susceptible, volátil e impredecible… Oye — basta de derretirse como mantequilla en rulitos. Al post, que trata de Caravan.
Sí, es un estándar. Sí, el Edward K. lo hizo para dar cuenta de la validez y durabilidad del jazz en el espacio y en el tiempo. A ver: es una combinación diestra de acordes armónicos de avanzada con un toque de stride piano; punto, a la línea.
En esta versión, el Max R. se encarga de la intro, y cualquier semejanza que uno pudiera hallarle con una intro de Big Band es pura imaginación, porque en la realidad no existe. Se le solapa el Charlie M. con dos golpes de bajo y, ahí nomás, con un acorde de 24 kilates irrumpe el Edward K.
La armonía tiene clase, es refinada. Los tres van hacia arriba, tocando de bajo a alto, lo que quiere decir que el Duke echa el cuerpo a su derecha, mientras que el Charlie tiene la mano izquierda bien abajo en las cuerdas, y el Max le tira los galgos a su tambor y platillea como si estuviese acariciando un delfín.
Vuelven a bajar, en una onda expansiva; van derecho a la fuerza y son imparables.
Se decía que esta sesión se había hecho a las puteadas. Quién sabe. Por ahí no, porque el Duke termina una de las tomas frotándose los dedos y diciendo: “Ah, that was so good… that was sweet”.
Eso —exactamente— es Caravan.