Carlos Castilla del Pino murió días atrás. Un cáncer se lo llevo por delante. Con los fastos por la despedida a nivel mundial en el planeta literatura a Mario Benedetti parece que nos hemos dejamos de lado la despedida sincera y merecida a este humanista irredento, poseedor de un estilo propio y un grande de nuestras letras y de nuestro pensamiento.
Le conocí por la envidia. Andaba yo por los 90 preparando unas conferencias sobre la envidia y mi profesor de psicopatología me lo recomendó en la Facultad de Psicología, cuando las cosas parecían ser eternas y la juventud hacía el resto: “Carlos Castilla del Pino, Alianza editorial, “La envidia”. El compila pero su ensayo en particular es magistral”. Lo compré, lo leí y me cautivó el afán de integrar todas las áreas del conocimiento. Así le leí por primera vez y desde él llegué hasta “Abel Sánchez” de Unamuno al que creía yo haber leído con suficiencia pero, ya se sabe: nunca se termina de leer, eso dice el bíblico Eclesiastés.
Pero Castilla del Pino me sorprendió con sus memorias Pretérito imperfecto. Autobiografia, de1997 con las que ganó el Comillas. Lo leí prestado de un amigo que me metía prisa para que se lo devolviera porque no quería perderlo. Me queda el segundo tomo. Después vino para mí “El delirio, un error necesario” y “Patografías” que me ha inspirado más de una historia para contar.
En castilla del pino todo es una entrega al conocimiento global e integral del hombre. Para él, eso es lo que vi en sus libros y en sus apariciones públicas, el hombre es una realidad que abordar con la totalidad del conocimiento. No es sólo la ciencia por sí sola sino también, la literatura la pintura, la vida. Un ser humano extraordinario que supo combinar con un equilibro ya poco frecuente las ganas de vivir con la tragedia que pude ser muchas veces la vida y más viendo él entre sus pacientes los famosos “renglones torcidos de Dios”.
Una vida entregada al conocimiento, la búsqueda de respuestas sobre lo más oscuro de nuestras existencias, son un mérito que todos haremos bien en agradecer a un hombre que, encima de todo ello, escribía muy bien, que deleitaba enseñando, que se esforzaba por no parecer en exceso técnico sino cercano y claro para que el conocimiento se filtrara por los poros de todos aquellos que se acercaban a sus textos sin renunciar a la profundidad del conocimiento.
Fue académico de la lengua, sillón “Q”, y escribió un excelente libro que tengo que comprarme en estos días a modo de homenaje y para recuperar el que perdí: “Cordura y locura en Cervantes” de cuyos ensayos me quedé sobre todo con “Quijotismo y bovarysmo: de la ficción a la realidad”. Una brillante manera de ejercer magisterio sobre escritores y lectores y dejar constancia sobrada de que la literatura y la psicología son mucho más que disciplinas lejanas la una de la otra, que son el revés de una trama intrincada de luces y sombras que se llama Humanidad.