Casi tan salvaje. Isabel González. Páginas de Espuma. 2012.
«Las dos mujeres contemplaron la labor de mercería con el recogimiento de quien observa un cáliz y cree en él. La ginebra borboteaba al salir de la botella. Los frigoríficos aullaban en la cocina y el silencio se arrastraba bajo las piernas como una sábana por la arena».
El establo. Página 19.
«El bufón es vertical. Viaja entre dios y el diablo. El bufón es deforme. Se burla».
Material a aportar por el alumno: gomaespuma para prótesis y deformidades. Página 22.
«Y no escoger es quererlo todo. Es añadir silencio al ruido y ruido al silencio. Es arrancar las puertas y derribar los tabiques. Fundir los corredores con el aire. Anular las esquinas. No escoger es mucha luz. Pero no elimina el riesgo de equivocarse».
Por el este y en el oeste. Página 36.
«Sus padres no son materialistas. De nada sirve pedir un vaso. Un abrigo. Una moto. Lo que funciona es tener sed, padecer frío, no llegar a una cita con la chica de pezones rosas. Y entonces sí. La materia que satisface al espíritu».
Por el este y en el oeste. Página 37.
«Sabía que nunca podría coger un rifle y disparar […] Pero una trampa era otra cosa. Una trampa consistía en asistir sólo a las consecuencias».
Casi tan salvaje Página 79.
Nos encontramos ante un libro de relatos muy muy peculiar, cuyo título nos parece acertado en sus tres elementos, por separados y en la expresión que forman. La autora consigue la unidad o coherencia de todo el conjunto de veintiún cuentos a través de una estratagema propia de Alicia en el país de las maravillas. Cada cuento podría ser un acertijo en sí mismo, porque la historia se esconde tras las palabras como los árboles en el bosque, o el sendero bajo las hojas. Es preciso encontrarlo, con cuidado, con mimo, con atención, so pena de perderse y no encontrar el hilo de Ariadna que nos saque del laberinto en el que, afortunadamente, nos hemos metido. Las historias principales se ocultan a veces tras otras secundarias, o hay que recomponerlas de retazos que se nos dejan aquí y allá, como pedazos de la ropa de la víctima llevada en brazos por el asesino entre los arbustos.
Y ello sin acudir a extravagantes vanguardias formales que imposibiliten o extrañen la lectura.
De ahí ya se infiere una inteligencia fina, aguda, estructurada. Una autora organizada que vuelve una y otra vez sobre sus relatos con cuidado, con atención suma, teniendo precaución sobre el lugar en el que coloca cada palabra, como si el texto fuera un campo de minas o de trampas para animales y hubiese que ir pisando con mucha atención.
En el contenido nos encontraremos con historias duras: la mujer que se casa con el amante de su propia madre y se «sacrifica» por la felicidad de todos, pero el marido se marcha cuando la madre de la protagonista esposa muere y su hija se lo echa en cara. A pesar de los esfuerzos de la pobre mujer nadie parece haber sido feliz, y con ello la autora parece querer devolvernos al clásico: «la mejor forma de no satisfacer a nadie es intentar satisfacer a todo el mundo». La mujer que queda deforme tras un terrible accidente de tráfico (aunque la historia profunda va mucho más allá de ese hecho).
La mujer que es maltratada psicológicamente por el marido en una relación sado-masoquista.
Los padres que no son capaces de entender la necesidad del espacio propio del hijo…
Y todos ellos tratados con un humor negro que sabe a sangre seca, a mala leche reconcentrada.
De ahí que el libro sea salvaje, duro pero atenuado por la forma humorística de acercarse a la herida (a veces esto también acentúa el dolor).
Pero, al mismo tiempo que una gran audacia, nos encontramos una precaución que la torna tímida. En el lenguaje, por ejemplo. Parece que Isabel González quisiera romper tabúes y reglas y nos habla a veces de personajes soeces o situaciones groseras:
«El lugar invitaba a pronunciar cosas así: escudilla, calzas, almanaque. El colchonero ignoró mi billete, inspiró aire y otras cosas y giró la cabeza hacia la puerta. Su escupitajo sobrevoló la acera e impactó contra la llanta de un automóvil».
Material a aportar por el alumno: gomaespuma para prótesis y deformidades. Página 22.
«La primera vez que solté un cachete al culo de mi marido fue por culpa de una mosca» (Una dirección. Página 71).
Y sin embargo, no lo hace como quien se regodea, sino como quien pasa de puntillas por una habitación que no le pertenece, o está en una cena de gala con un vestido de calle. Probablemente porque no es el lenguaje propio de la autora.
Y no obstante, y pare terminar, el libro es TAN, tan salvaje, tan intenso, que sus historias, cuando son leídas con detenimiento, y se encuentran tras la maleza, impresionan. Dejan un sabor a escalofrío, a dientes que se cierran sobre nosotros, lectores osados (y afortunados) que nos acercamos a esta inteligente mujer que tiene mucho que decir (y muy bien… tan salvajemente bien).