En un remoto lugar, VII Región del Maule, Chile, camino hacia el pueblo de Vilches, en la localidad de “La Capilla”, reside un legendario artesano chileno: Alejandro Lavín, “El Artesano de Terracota” como él mismo se hace llamar.
A través del contacto de un gran amigo suyo, quien además nos sirve de guía, llegamos muy cerca de lo que nuestro guía llama “La montaña mágica” compuesta de tres cimas nevadas: Tres Cuernos, Morrillo, y Peine, que se alzan majestuosas frente a Vilche; y en los alrededores de la casa taller de Alejandro Lavín, tan impresionantes como Tres Cuernos, se alzan las copas frondosas y verticales de Avellanos, Raulíes, Lingues y Copihueras.
Al bajar del bus, frente al Callejón del Monje, “todo” nos habla de que hemos llegado al lugar de los tesoros de terracota, y por lo mismo, seguimos ansiosos las señales del camino, primero leemos “Cerámica artística by Alejandro Lavín”, unos 100 metros más allá al final del callejón, en la entrada de su casa taller volvemos a leer, “cerámicas”, y luego otra vez en el muro de su casa “Cerámicas y artesanías Alejandro Lavín”.
Veo una pequeña campana a modo de timbre pero no es necesario tocarla pues nos sale a recibir, atento, contento, gentil, emocionado por nuestra visita, y a la vez, poniendo en duda el que su persona genere interés cultural.
Como aún somos desconocidos y en proceso de una gran conversación, le pregunto por su casa, de particular arquitectura, y él responde elocuente, “es autoconstrucción, nos demoramos cuatro meses en construirla”. A medida que nuestra entrevista avanza, nos vamos adentrando no sólo en su exclusiva casa, también en su alma. Todo su artístico hábitat nos va hablando de Alejandro Lavín, a veces hermético, otras veces, excéntrico, sino humano, empático, reflexivo, de ojos serenos aunque sus manos van y vienen inquietas sobre las cosas, ordenando, moldeando, definiendo, entendiendo, inmortalizando, realizando aquel sagrado ritual: La fiesta del alfarero.
Nos conduce a lo que es el taller de modelado, repisas llenas de terracotas para su próxima exposición, todas tapadas; toma una, que se siente pesada, la deja con cuidado sobre su mesa de trabajo, y la descubre… “Este es un caballo”. Dice. “Está inspirado en los caballos de mar”. Enseguida pregunto “y porqué un caballo”. Responde “por la significación de ese hermoso animal, desde el caballo de Troya en adelante, Babieca el caballo del Cid, Bucéfalo de Alejandro que tenía pezuña hendida, Rocinante de Don Quijote de la mancha”.
Y continúa… “Esta es la línea alfarera más comercial: fruteros, una pieza decorativa más funcional, y casi siempre son piezas únicas, hechas a mano, sin molde”.
Conforme nos muestra su trabajo va develando el proceso de su artesanía, desde que va al cerro a buscar la arcilla, tritura, muele, moja para hacer una pasta que divide en panes que luego envuelve para mantener la humedad, y que deja en espera hasta el momento de comenzar a moldear un objeto de arte único, que después dejará secar entre 10 a 15 días. Para la “Cochura” (cocer la arcilla moldeada) dedica sin descanso un día completo, para ello desde ya está organizando un grupo de amigos para que lo ayuden en la cochura, pues, solo, no sería posible realizar esta atapa de su alfarería, la que le da el nombre: Terracota; por lo que me aclara: “Terracota, tierra cocida”. Le sigue a la cochura, recubrir las diferentes terracotas con una pátina. En cuanto a las herramientas que usa para darle finos acabados a sus trabajos, las hace él mismo, de madera de naranjo, y acero.
A grosso modo, me cuenta que comenzó pintando. Que además es poeta y que lo considera una forma de vida. Que llegó a la localidad de “La Capilla” en el año 97. Que hacía clases en la Casa del Arte, en Talca. Hoy, La Casa del Arte, como tal no existe, pero si existe en el mismo lugar el Edificio 2000, y en su 8º piso sigue “La Casa del Arte”. No extraña la ciudad, nos dice que va por necesidad, y que es lector compulsivo, se ha leído todos los clásicos universales. Como me empieza a contar sobre sus musicales nietos, pregunto preocupada “¿Entonces ningún hijo suyo va a seguir con las terracotas?”. “No… pienso que al morirme se va a morir lo plástico conmigo.” “Eso no es justo, necesita un aprendiz”. Le contesto. “Un aprendiz que quiera aprender mi oficio”, concluye Alejandro Lavín, a sus 74 años, con un acento entre la tristeza y la esperanza.
Mientras esperamos el bus que nos regrese a Talca, lamentamos el no disponer de más tiempo para aprender lo mínimo del modelado de sus terracotas, el secreto de la técnica que no necesita moldes, y que sin embargo nace de sus manos con precisión milimétrica, formas que no sabemos distinguir si son animales mitológicos desconocidos que se quedaron inmóviles, o formas que al ser tocadas por el sol podrían cobrar vida, así de hermosas y reales las vemos.
Y como todo en Alejandro Lavín respira y vive Arte, sólo nos queda despedirnos y comprometernos a volver para ayudarle en la cochura, él con una franca sonrisa, se compromete a recibirnos en su casa el día que regresemos, para mostrarnos todo lo que ahora no alcanzamos a ver, y así el día de la cochura poder apreciar en su totalidad, a la poesía de la tierra by Alejandro Lavín.