En las últimas tres décadas China ha multiplicado por cuatro su PIB con un modelo de comunismo de mercado, supresión de las libertades del trabajador y una estrategia de sobre todo silenciosa. El gigante asiático es consciente de sus tasas de crecimiento demográfico y ya se ha lanzado a la conquista de materias primas a escala planetaria. Desde hace unas décadas sus objetivos están fijados en África y América Latina.
A pesar de las políticas internas de control de la natalidad, China mantiene una elevada tasa de crecimiento demográfico. Al país asiático comienzan a preocuparle las reservas energéticas, alimentarias y minerales, no sólo por su agotamiento, sino por la subida de precio de estas materias primas. Pero China empezó hace una década a tomar medidas. La estrategia prioritaria del país está desde hace un tiempo clara: lanzarse a la conquista mundial de recursos que puedan abastecer tales tasas de crecimiento.
Para esto China sigue una estrategia silenciosa e imparable: concede préstamos no sólo a compañías sino a gobiernos de países empobrecidos y se asegura así el acceso a materias primas agrícolas, energéticas y minerales. África y América Latina son los principales objetivos por su riqueza de materias primas y por la inestabilidad política y económica de muchos de sus gobiernos. China se lleva de estos países materias primas y no productos manufacturados. Es decir, absorbe recursos sin participar en el desarrollo de la industria y la producción de dichos países. Esta estrategia parasitaria puede ser muy perjudicial para el desarrollo económico de estos países que empiezan ahora a despegar y se ven desprovistos de sus riquezas bases.
Los vínculos con Venezuela son estrechos por afinidades políticas sustentadas por el interés chino en los yacimientos petroleros del país. Desde 2007, se lanzó el Fondo Mixto China- Venezuela para sufragar obras de infraestructuras en áreas claves de energía y telecomunicaciones, con numerosas líneas de crédito que en ocasiones superan los 5000 millones de dólares, y ya han sido varios los acuerdos de este tipo que se han producido. De este modo, a través de la inversión económica China aumenta su control sobre el territorio y recursos. Pero Venezuela no es ni mucho menos el único país que interesa a China. Toda la región sirve a su frenesí por las materias primas. Meses después de la expropiación de YPF a la compañía española Repsol, Argentina anunciaba una posible fusión con la nacional china CNOOC para la explotación de recursos petroleros del país, caso parecido al de la compra de la filial de Petrobrás en Perú.
Además de los recursos agrícolas para alimentar a su futura población, el país asiático está interesado en algo no tan conocido. Es el caso de las denominadas “tierras raras”. Estos 17 elementos químicos son esenciales para la fabricación de productos electrónicos como ordenadores o pantallas de teléfonos móviles. Mientras Occidente aún no es capaz de reaccionar a algo que no vio venir, China acapara todo el mercado mundial de estos elementos, y ya controla el 95% de las reservas planetarias de ‘tierras raras’, obteniendo licencias como por ejemplo en el Océano Ándico para la explotación de sus profundidades marinas.
Debido a la deslocalización industrial no es difícil encontrar la relación directa o indirecta entre los 20 millones de nuevos empleos que se crearon en China e India en el 2010 y los 17 millones de desempleados en Europa. Lo singular es que China lleve a cabo tales estrategias sin una exigencia de responsabilidades por parte de la Comunidad Internacional. El ejemplo de las emisiones de CO2 es esclarecedor. China es el país más contaminante del mundo, con un sistema energético basado en el carbón, y mientras que los países de la Unión Europea intentan cumplir las restricciones ambientales que pauta el Protocolo de Kioto, China desoye los llamamientos por incumplimiento de esos objetivos.
La única manera de parar tal estrategia parasitaria pasa por una acción conjunta de esos mismos países involucrados en relaciones comerciales con China, países que son a su vez culpables en parte de la situación, ya que sus objetivos cortoplacistas de producción localizada en países asiáticos a bajos costes ha resultado ser un arma de doble filo.