Con el uso del color que practica el rÃo en la tarde morada, haciendo llorar al arco iris, robándole todas las acuarelas; la quietud se impacienta, y en una carcajada puedes matar lo muerto y vivir-te…
Debes disimular que no conoces la ciudad, para no ahuyentar asà la páz de la pradera, y solo si lo permites, el glorioso movimiento de equilibrio llega hasta tu pecho, que aún sin comprender emociona a todas tus palabras y limpia todas las excusas y argumentos. El peso flota detrás de las hojas y las ramas, y tu cuerpo en la común unión merecida, resplandece a coro con los peces y el bambú, el alelà y el arenal, la mansedumbre de las plumas en vuelo y la fuerza atroz de los pimpollos en rocÃo.
Ahora que la frescura húmeda y vital toca la fertilidad de tus pensamientos, y todo el amor del mundo entra en tu pecho, ahora que llevas el respeto por comulgar en simpleza a la verdad, ahora que reconoces al amor… Empapela la ciudad con tu latido, descubre en la niñez la exactitud de la fuerza de todos los rÃos, y en la voluntad de cada sonrisa la misma piedad que el viento contigo ha tenido…
No dejes sentirte un minuto más lo que nunca fuiste, y entrega con las manos cada una de tus palabras, con encanto y sin ajetrearlas, para reconocerte  en todos los silencios y solo asà no podrán tocarte los olvidos.