… y tobillos de tía, así nos conquistó. Todo lo que queríamos escuchar era su voz, que no tenía edad. Los grandes —bien grandes— del jazz tuvieron el gusto y el honor y el privilegio (es así como va en inglés) de trabajar con ella: la Ella.
Era de Newport News, un lugar del que nadie había oído hablar hasta que ella —la Ella— creció y comenzó a cantar. Su padrastro era chófer y su madre cocinaba para eventos; o sea, no tenía lujos, pero vivía contenta hasta que se le murió la madre y se le murió el padrastro; todavía era muy, muy chica: iba al colegio. Le dolía tanto el alma que hasta sus pulmones se encogían.
La mandaron al reformatorio para que aprendiera. Ahí le pegaban y sabe dios qué más, así que se escapó. Un día, en el Apollo, durante esa Depresión que lo carcomía todo, ella —Ella— fue y cantó. Sí, cantó después de las Edward Sisters en la Noche de Aficionados. Judy, eso cantó… y fue para quedarse, aunque en ese tiempo quedarse significara sólo 12.50 dólares a la semana.
Pasada la Depresión, la Ella grabó A Tisket, A Tasket, que vendió un millón de copias y la hizo famosa. Una canción de cuna tan fácil, con versos tan melososo como A–tisket a–tasket, a green and yellow basket, I sent a letter to my love; and on the way I dropped it… nos dio el gran regalo de sus pulmones. Nunca más quisimos deshacernos de ellos porque, sin importar lo que sucediera en el mundo, la Ella era un símbolo. Significaba todo, incluso para Ira Gershwin, que decía —minúsculas esta vez— de ella: “nunca supe que nuestras canciones eran tan buenas hasta que Ella las cantó”. El tipo sabía.
De cuando en cuando le gustaba vivir al filo; un día en que se la llevaron arrestada, en la estación de policía los tipos tuvieron la caradura de pedirle su autógrafo mientras la fichaban. Mirá si eso no es ser maldita en la música como se es también en la literatura… También resulta gracioso, porque la Ella era aceptada con vítores en cualquier otro lugar donde la segregación y la discriminación no tuvieran cabida.
Cosa rara: a la Ella le caía bien la Marilyn. Parece que gracias a la rubia se le abrió el Mocambo; una llamada al dueño hizo el milagro. Claro, había que bancarse a la Happy Birthday, Mr. President todas las noches pero, al fin y al cabo, no era gran cosa. La Ella era de una generosidad inconmensurable; llegó hasta a decir que la Monroe era “una mujer por encima de su época», y que ella misma no lo sabía.
El corazón de la Ella no era como sus pulmones: tuvo que soportar un by-pass quíntuple; tenía además diabetes, lo que significó que le amputaran las piernas por debajo de la rodilla. Los tobillos gruesos desaparecieron. Después de semejante trance, lo único que quería era pasar tiempo con su hijo y su nieta, Alice. No había sido la mejor de las madres así que, antes de morirse en 1996, sobrecompensaba su gran falencia.
Un 15 de junio, la gente supo de su muerte, pero sólo pudo decirle: “Ella, te extrañaremos”.