“Amen a sus enemigos, oren por sus perseguidores” (Mt, 5, 44).
Vivimos en un mundo donde en buena parte rige la agresividad, la violencia y la ira, contrarios al amor.
La tendencia – ¿tendencia? – es a responder violentamente por nimia que sea la causa. Se está – nadie lo duda – en actitud de agresividad e ira.
La ira es pasión del alma que causa indignación, enojo y deseo de venganza.
¿Indignación? Es palabra que suena en la mente de muchos líderes del orbe, tanto religiosos, como políticos y económicos.
A esos líderes les inquieta la presencia, en las principales capitales, de los llamados indignados. Un movimiento de nuevo cuño que protesta ante el desempleo, la falta de seguridad social y la injusta distribución de la riqueza. Que critica como se administran los asuntos financieros siempre en contra de los débiles.
¿Venganza?
Hay quienes recurren a la violencia, al ejercicio de la vetusta, pero siempre actual, ley del Talión, que es también aplicada por los Estados para lograr la necesaria convivencia social.
¿Causas? ¿Económicas? ¿Financieras? ¿Falta de empleos dignos? ¿Ausencia de libertad? ¿Vidas sin sentido? ¿Deseo de una nueva economía? ¿Crisis del socialismo? ¿Crisis del capitalismo?
Todas pueden ser causas de la violencia de buena parte del planeta ¿Buena parte…?. Esa violencia que hace invivible a la ciudad, ¿Pero son solo esas causas? ¿Si hay distintas, cuáles son?.
Recomiendo dos lecturas, una, un reportaje publicado en El País, de Madrid, dedicado a Noruega (El País, 30–10–11), un modelo, una tercera vía, y el Péndulo de Rafael Poleo del viernes 28 de octubre reciente, en la revista Zeta, titulado El capitalismo y el socialismo se hunden “aplastados por una deuda pública sin respaldo”. El periodista se refiere a si es posible una nueva ideología.
Falta amor por el ser humano concreto, no abstracto, por el que sufre, en muchos líderes de la humanidad y, éstos, no buscan con sinceridad, lo que fomenta la paz y lo constructivo.
La humanidad debería tener un mundo sin peleas.
Hay guerras porque éstas son un negocio a costa del dolor y la dignidad del hombre. Es la ambición, el egoísmo, la prepotencia, que alimentan instintos, sin importar para nada los derechos humanos.
Yo me anoto irremediablemente en la lucha por la civilización del amor y del amor a Cristo. Á‰l nos dijo: “… quien quiera ser el primero, que se haga sirviente de todos” en el campo político, religioso y económico, porque la fuerza creadora del amor es la única respuesta que pondrá fin a toda violencia (Mc 10, 43- 44; Mt 5, 38- 39).