Me decía Bolaño los otros días que tenía unos consejos para darme sobre el arte de contar cuentos. Me dijo que le siguiera y echó a andar. Me advirtió además que eran consejos tan arbitrarios como los de todos los demás.
Ponlos entre paréntesis me dijo y continuó caminando. Primero, me dice serio: no escribas cuentos de uno en uno. ¿No?, puse cara de espanto. No: terminarás escribiendo el mismo cuento hasta el día que te mueras y no queremos eso. Negué con la cabeza dándole la razón y me saltó con dos: mejor escribirlos de tres en tres o de cinco en cinco. No pongas esa cara, paro la marcha y me miró de frente. Si te ves con fuerzas escríbelos de nueve en nueve o de quince en quince. Yo no salía de mi asombro.
Me leyó el pensamiento lógico y par que tuve y me dijo con tono de adivino: tres, cuidado: la tentación de escribirlos de dos en dos es tan peligrosa como la de escribirlos de uno en uno. Me sentí pillado. Además, seguimos caminando, esa costumbre lleva en ella el juego pegajoso de los espejos amantes: una doble imagen que produce melancolía. Seguí a su lado manteniendo el paso en silencio.
Leer, Pedro, leer. Cuatro: a Quiroga y a Felisberto Hernández y a Borges. A Rulfo, claro y a Monterroso. Ahora te digo una cosa: un cuentista que tenga un poco de aprecio por su obra no leerá jamás a Cela ni a Umbral. ¡Qué!, me salió del alma, lo que oyes: a Cortázar sí y a Bioy pero en modo alguno a Cela y a Umbral. Quise meter baza, intentar hablar por Umbral pero me dijo, quinto: por si no he sido claro a Cela y a Umbral ni en pintura. Me resigné, si él lo dice… y recordé lo de los consejos y su arbitrariedad intrínseca.
Ábamos por el seis, seguía a su lado, un cuentista debe ser valiente me dijo, es triste reconocerlo pero es así. Me sorprendió con esto y le di la razón. Arriesgamos poco los cuentistas pensé y me hizo una pregunta rara ¿sabes quién es Petrus Borel? Ni idea le dije y no le extrañó. Siete: muchos cuentistas se jactan de haberle leído y es más algunos incluso pretenden imitarle. La verdad es que no tienen ni idea sobre él, deberían imitarle en el vestir. Le pedí que me repitiera el nombre para anotarlo y buscar algo sobre él. Te digo más, siguió embalado, ocho: que lean a Borel, que se vistan como él pero que lean también a Jules Renard y Marcel Schwob y de él deben pasar y tú también me señaló, a Alfonso Reyes y de ahí a Borges.
Nueve, que ya casi estamos llegando: la verdad de la verdad es que con Edgar Allan Poe todos tendríamos de sobra. Había releído hace poco todos sus cuentos y me sentí satisfecho. Me volvió a leer el pensamiento: diez: piensa en el punto nueve dijo, piensa y reflexiona, de ser posible de rodillas. Casi estamos aquí: once: libros y autores altamente recomendables, apunta: De lo sublime, del Seudo Longino; los sonetos del desdichado y valiente Philip Sidney, cuya biografía escribió Lord Brooke; La antología de Spoon River, de Edgar Lee Masters; Suicidios ejemplares, de Enrique Vila-Matas y Mientras ellas duermen de Javier Marías. Quise opinar sobre lo de Marías pero Roberto apretó el paso, quería llegar.
Por último, doce: lee todos esos libros y lee también a Chéjov y a Carver, uno de ellos es el mejor cuentista que ha dado este siglo. Sobre esto nada que opinar.
Ya habíamos llegado al borde de una mesa con un ordenador con la pantalla en blanco. Mi mesa. Ahora escribe, me dijo, y recuerda lo más importante: el cuentista debe ser valiente. Me senté a la mesa y me puse a escribir. Desde la portada de su libro “Entre paréntesis” Bolaño mira a la cámara y parece que se asoma a lo que hago. Por arbitrarios que los consejos sean allí están para el que los quiera escuchar.