Sucede que me canso de ser hombre, manifiesta Pablo Neruda.
Tengo tantas cosas por decir y sin embargo en muy pocas ocasiones realmente sé por dónde empezar, y cuando, después de mucho pensarlo, al fin logro hilvanar una frase, sucede que no es la indicada. Tantas ganas de mandarme al demonio -Miky Huidobro, de Molotov-, de resbalarme hacia las vías del Metro por descuido. Tantas ganas de presenciar que un chofer de microbús se despoje de la poca razón que muestra y acelere hasta estrellarse fatalmente. Tanto hastío y fatiga, tantísima hipocresía en la gente, fingimiento en mí mismo. Ojalá que el Metro no tuviera estaciones/ pues no quiero transbordar/, voy camino a ninguna parte/ pero tengo prisa de llegar/, cantan los Estrambóticos, y comulgo con ellos. Tantas ganas de quedarme dormido en un sueño de opio, pero son más las ganas de poder salir algún día de él, tengo ganas de conservarme envinado in útero en un útero suave por una década o lo que mande el rosario. Tantas ganas de no acumular bajo las uñas la tierra de un año muerto más cada 5 de julio, Johnny Walker es mi principal invitado a las fiestas de cumpleaños. Dicen que Sófocles dijo que la vida es un gran escenario, y me gustaría contribuir a su observación añadiendo que lo alegre de la trama sucede casi en su mayor parte tras bastidores o, tal vez, inclusive, después de que cae el telón. Tantas ganas de perder la sobriedad con la naturalidad de quien pierde un llavero, a veces creo que busco una llave que no sé si deseo encontrar, ganas de vivir borracho, de dormir en las cantinas y de ejercitarme en los billares, de beber hasta el perfume más ordinario, de escribir cosas bonitas. Por cierto -y ya que estamos en esto de las citas-, tengo también ganas de salir de calle melancolía -Joaquín Sabina dixit.