La mitología vampírica en los últimos años ha sufrido varios puntapiés cinematográficos, tomando de ejemplo cierta saga que sabemos y no me veré en la penosa labor de recordar más. Sin embargo por cada esperpento o comedia involuntaria sobre sus tópicos, surgen maravillosas e inquietantes cintas que ubican el esplendor sombrío y el carisma magnético del gran espectro en un real contexto contemporáneo. Destacan piezas como Déjame Entrar de Tomas Alfredson o Byzantium, el atractivo retorno de Neil Jordan al campo, sin olvidar por supuesto la reciente película objeto de este análisis, Only lovers left alive (Solo los amantes viven), realizada por quizás uno de los últimos creadores independientes y al que aún puedo llamar autor en la difusa corriente del cine “indie” actual, Jim Jarmusch. Sin más rodeo, comencemos…
Exhausto y profundamente deprimido por la dirección que ha tomado la humanidad, un vampiro y bohemio músico underground llamado Adam recibe la visita de su eterna amante Eve, cuyo amor ha prevalecido durante varios siglos e intenta compartir de nuevo con él, mientras contemplan a su alrededor en pleno declive el resultado de los actos del hombre.
No es la primera vez que Jarmusch explora en un género popular sus constantes como director, pues su experiencia en Ghost Dog: el camino del samurái demuestra que puede abordar cuestiones existenciales e incluso metafísicas en un envoltorio de Gangsters y consigue brindar en un territorio propenso a la sátira su lírica mirada. Ahora en su aporte al cine fantástico lo retoma, pero no con la trascendencia esperada para mí.
Su enfoque siempre ha sido la búsqueda del sentido sobre la razón, ahonda en las sensaciones y en la condición humana mediante instantes contemplativos que intenta captar la esencia de sus personajes al desechar –en contados casos- los tres actos de la narrativa. Los silencios y las pequeñas acciones en tiempos “muertos” donde aparentemente no pasa nada, transmiten algo o todo de ellos en un trayecto vital que jamás ofrece respuestas –para una muestra Extraños en el paraíso o Mystery Train-, y aquí cae como anillo al dedo cuando lo añade a la figura del vampiro. Tal como nuestros protagonistas, los seres de Jim van y vienen casi impasibles por la vida, sin tener certeza hacia dónde en los recovecos urbanos. Así siempre imaginé la carga de la inmortalidad, sobre todo en una adaptación tan genuina.
Volviendo a lo dicho anteriormente, no llega a ser tan introspectiva o compleja como su demás obra, solo basta mencionar The limits of control o Dead man, con las cuales comparte las agradecidas referencias literarias y un habitual manejo exquisito de la diegesis musical; nunca está de más apreciar al melómano director durante sus serenas y densas búsquedas ontológicas. Esto no significa que sea un filme inferior, sino uno accesible, fluido y casi ligero a la manera de Flores rotas. Mantiene el tono general. Solo me hubiera gustado una mayor osadía en sus apuntes o percepciones, aunque es disfrutable y memorable por un acertado humor negro que remite a sus otros clásicos Bajo el peso de la ley y Una noche en la tierra.
Hipnótica y con entes entrañables en un camino que desvela anhelos. Una visión desoladora detrás de su jovial fachada y un deleite del singular toque de Jim Jarmusch.