Hace unos días, me cupo el honor de presentar un libro de cuentos. Pero no un libro de cuentos más, sino el último libro de cuentos de un escritor peculiar, original en su decir y especial por sus hechuras. Me refiero, claro, a la última entrega de Julio Cristellys, un volumen de relatos titulado Rasgueos.
El acto, en el que intervinimos Jesús Barreiro, Antonio Huerga –editor del libro-, el autor y yo mismo, tuvo un ambiente de expectación que se repite sistemáticamente cuando se anuncia nueva entrega de Julio Cristellys Barrera (Zaragoza, agosto de 1950). Su presencia como actor literario está resultando notoria en estos años últimos, sobre todo en Aragón, donde despliega la mayor parte de sus actividades culturales.
Debo confesar que, si bien soy amigo del escritor, no me mueve la amistad al redactar esta reseña, sino el sentido de la equidad, pues se cansa uno de leer trabajos amabilísimos en torno a libros que, una vez los lees, te dejan un insípido sabor de boca y dan ganas de colocarlos sin tardanza en el anaquel del cuarto de baño. Los libros de Julio Cristellys podrán gustar más o menos, podrán apasionar al lector o dejarlo descolocado incluso, pero nunca indiferente. Es la suya una literatura de renovación que reinventa un neoculteranismo contemporáneo inducido quizá por multiplicidad de influencias.
Siempre digo, y lo repito ahora, que Julio Cristellys es un hombre formado y leído como pocos que conozco, cosa inhabitual incluso en el ámbito literario, donde más de uno se jacta de saberes que no son en verdad sino simples oropeles de figurón sin trastienda.
Nuestro autor estudió de chaval en el colegio de Corazonistas, en la capital zaragozana, y luego en el emblemático Instituto Goya desde aquellos lejanos catorce años. Después, la Facultad de Derecho de su ciudad natal le verá y sentirá por sus aulas. Me consta que Julio guarda un bonito recuerdo de aquella experiencia universitaria.
Persona de formación clásica, educado y elegante, casi un dandi, Julio Cristellys echa sus primeras raíces literarias en su propia familia: su abuelo paterno fue amigo de José Ortega y Gasset; su padre lo fue a su vez de Camilo José Cela; y su madre ejerció durante años como profesora de literatura. Así que conexiones con la materia no le faltan.
Hasta el momento, tiene publicados tres volúmenes de cuentos: Relatos para Mariana (2004), Caminos de Ronda (2005), y el recién estrenado Rasgueos (2010). Y es autor de la novela, Madrugada (2008). La editorial madrileña Huerga & Fierro vuelve a respaldar este libro de relatos del que pasamos a hablar de inmediato. Y lo hace como suele, procurando sacar a la luz volúmenes sin mácula, de estética cuidada y clásica a los que nada se puede objetar, sino al contrario.
Lo primero que es preciso señalar es que las hechuras formales de Cristellys están lejos de llevar una etiqueta de rabiosa actualidad, cosa que no importa nada a la hora de hacer valoraciones. Su nuevo libro, Rasgueos, tiene algunas características esenciales: abundan los argumentos familiares, la familia como base de la ficción; se nota alguna predilección por los narradores omniscientes, esos que lo saben todo y todo lo dominan en el relato; utiliza la descripción como método de escritura, cosa que no vemos tan acusada en los narradores de ahora mismo. La morosidad descriptiva es una peculiaridad en el libro, y hay un intento –o eso me parece a mí cuando menos- de retratar el alma femenina.
Les mentiría si no apuntase que abundan en el libro las vetas de autobiografía en muchas descripciones o situaciones. Y los diálogos –cosa curiosa también- se integran en la misma descripción narrativa. Se da igualmente una sequía sublime de puntos seguidos y aparte. Los párrafos son largos casi siempre, y en ellos la coma toma protagonismo como herramienta de fragmentación.
Y un elemento de distinción de estilo que anotamos es, por su notoriedad, el peculiar ordenamiento de las oraciones: los predicados preceden a menudo al verbo y al sujeto, lo que genera una sensación de extrañeza en los lectores no habituados a este tipo de innovación sintáctica. Fenómeno éste que me atrevo a bautizar, con el permiso de ustedes, de “neoculteranismo contemporáneo”.
El libro de Julio Cristellys, Rasgueos, se compone de veintiún relatos, aunque la explicación que el autor da acerca del título del libro, es en realidad otro cuento en sí misma. De entre todos ellos, merecen comentario particular algunos. En el titulado “¿Por qué has vuelto?” observamos el regreso a la niñez y al recuerdo de familia. El protagonista hace una remembranza del padre. Aparecen entrelazados, de forma simultánea, una descripción de los hechos desde la óptica del narrador, y un relato en primera persona. Esta mezcla desconcierta con levedad aun siendo la mar de original.
“Rasgueos” da título al volumen. Volvemos a observar un argumento de familia. El personaje femenino destaca sobre los masculinos, casi siempre más pasivos. Se desarrolla una historia de muerte con el contrapunto vital de un sonido de guitarra. Es la guitarra de Pascal, el vecino de arriba de los protagonistas. Un desenlace inesperado, que no voy a desvelar, hace cambiar el ritmo del cuento.
En “Canciones sin palabras” aparece –en la segunda línea- la mejor metáfora descriptiva del libro: “el sol es una úlcera rociada de oro viejo”. Metáfora preciosista y neobarroca, como la prosa de Julio, que podríamos definir de conscientemente culterana. En este cuento nos parece que subyace una buena carga de biografía enmascarada.
“Dolor, pasión y gloria” y “En casa de Jaime” también me han gustado por ciertas características en los argumentos. En éste último se nos plantea el asunto de la infidelidad conyugal y el drama de la muerte, y hallamos una rara mezcla de frialdad por parte del narrador, junto con la expresión del dolor propio y ajeno.
La mejor forma de saborear esta novedad editorial tan inconfundible es leyendo el libro, degustando sus particularidades, buceando en los personajes –apenas esbozados en ocasiones con una leve pincelada suelta de acuarela- y sacando partido de los sabores tan especiales que deja el conjunto en el lector atento.