Wes Craven es uno de esos artesanos del cine que sabe dar con la clave exacta para llenar las salas de cine, pero que vive en un bucle argumental infinito, con alguna reinvención interesante pero, en general, con repeticiones angustiosas y claramente deleznables, y esta «Almas condenadas» es una nueva repetición de todo lo que hemos visto hasta ahora, peor si cabe, por la desidia de Craven, que la rodó a la vez que «Scream 4», en la que se esforzó mucho más.
Y es que aunque el principio atrae la atención del espectador, «Almas condenadas» se convierte con el paso de los minutos en una sucesión de clichés del género tan simples y evidentes, que más que atemorizar provocan la carcajada, mental o física, de todo aquel con un coeficiente intelectual suficiente como para cruzar la calle cuando el semáforo está verde.
«Almas condenadas» aburre hasta el hartazgo, sus pretendidos giros argumentales no son más que fuegos de artificio que ni sorprenden ni asombran, y las referencias al propio cine de Craven a través de metáforas excesivas repelen cualquier atisbo de buen gusto o de buen cine.
Allí donde la saga «Scream» ha sabido reinventar el cine slasher (término con el que se conoce a este tipo de películas en las que un psicópata mata brutalmente a adolescentes y jóvenes) a través del ingenio y del metacine, esta «Almas condenadas» no ofrece nada que llevarse a la boca, ni siquiera un detalle que podamos destacar como positivo.
Se limita a ser una caja registradora que llevará a millones de adolescentes a las salas de cine, demostrando, una vez más, lo fácil que es hacer dinero, cuando lo único que importa es hacer dinero.