Hay pelÃculas a las que les faltan cosas y otras a las que les sobran, pelÃculas en las que echas de menos ciertos aspectos, y otras en las que aborreces el exceso, y «Pequeñas mentiras sin importancia» es de las segundas, de las que te insultan por explÃcita, te ofenden por moralista, pero aún asÃ, aprecias por la mala leche que trascienden.
Y es que pasearse entre los personajes de «Pequeñas mentiras sin importancia» es hacer una escapada al lado más salvaje de la burguesÃa acomodada europea, gente sin principios éticos, ególatras e insolidarios cuyo único objetivo vital es el de seguir viviendo a todo tren, y si los demás se enteran, pues mejor que mejor.
Pero «Pequeñas mentiras sin importancia» es una pelÃcula en decadencia, desde la introducción de la cinta, memorable dilema ético sobrevenido, el guión cae en un exceso melodramático subrayado al máximo por una banda sonora tan empalagosa que cuentan las malas lenguas que los diabéticos tendrán prohibido su acceso a las salas de cine. Una pendiente insondable que termina en un lacrimógeno final que no hace justicia a la gran labor de los actores.
Para que nos hagamos una idea, esta «Pequeñas mentiras sin importancia», es una mala copia de la excelente «Los amigos de Peter», utiliza sus mismos fundamentos, pero termina por cansar, por un metraje excesivo y por un guión que no da para más.
En definitiva, una pelÃcula que nos deja a medias, como el mal amante, y que nos suena a historia ya contada, con personajes bien reconocibles en cualquiera de las últimas pelÃculas francesas.
PelÃculas que a base de estereotipos, están consiguiendo crear una imagen poco recomendable de la clase media francesa, amildonada y con una enciclopedia de bolsillo en el cerebro, suficiente para atiborrarnos de pedanterÃas de saldo mientras se descorcha la penúltima botella.
«Pequeñas mentiras sin importancia» podÃa haber sido mejor pelÃcula, no lo dudo, pero acaba por no serlo, por olvidarse de que lo más hermoso es lo más sencillo y de que lo insinuado brilla más que lo mostrado.