En tiempos de un materialismo tan vulnerable a cualquier crisis que suponga inanición especulativa y pecuniaria, resulta sorprendente que perduren quienes sólo satisfacen apetitos espirituales o de enriquecimiento cultural. Por ello es digno de elogio que, justo cuando se pronostican “dietas” económicas y “adelgazamientos” en todo lo que no sea negocio privado, un pequeño grupo consiga permanecer fiel a su ideario literario y artístico y, sin ánimo de lucro, acabe de publicar -hace pocos días- su poemario número 73 dedicado a la ciudad de Mérida. Entre esta última edición y la primera que vio la luz en medio de los barriles de una taberna del Aljarafe sevillano, ha transcurrido la friolera de 25 años. Un acontecimiento que bien merece una reseña, aunque sólo sea porque recuerda que existe vida más allá de los camps, urdargarin y demás mafias que acaparan los titulares de los periódicos.
La tertulia sevillana Cuadernos de Roldán está formada por poetas, pintores y un variable número de seguidores que ni escriben ni pintan, pero leen y admiran la producción de los primeros a través de las publicaciones que edita periódicamente la asociación. Todos se denominan a si mismos “inquilinos” de Cuadernos y abonan una escuálida cuota trimestral con la que financian sus actividades. Excepto en verano y fiestas de guardar (semana santa, navidad y feria, naturalmente), cualquiera puede asistir a las reuniones que todos los martes celebran en el Bar Dueñas (frente al palacio de la Duquesa de Alba, desgraciademente) donde, entre vinos, tapas y amistad, deciden proyectos y temáticas para próximas iniciativas.
Cuadernos de Roldán nació de las aficiones de un pequeño grupo de amigos por la poesía, aglutinados en torno al desaparecido Rafael Becerra, profesor de filosofía afincado en Sevilla y natural de Arriate (MÁ¤laga). Pronto se añadió la pintura como “lenguaje” que comparte con la lírica las claves de la belleza, y lo que empezó siendo un entretenimiento elaborado con mimo y rigor, acabó atrayendo a cuántos iban conociendo de su existencia, sin más “marketing” que el boca-oreja, de lo que están orgullosos. De esta manera, no es sorprendente que entre sus “inquilinos” se hallen maestros, médicos, administrativos, políticos, jueces, escritores, amas de casa, abogados, músicos, pintores y hasta un conde de noble abolengo. Incluso el llorado José Saramago llegó a colaborar en diversas ocasiones con Cuadernos de Roldán, una de las tertulias más longevas que existen en activo hoy día en España.
Mérida es el último poemario editado por la asociación y hasta esa ciudad extremeña se desplazaron en autobús los que no suelen perderse la presentación de cada libro, con la lectura de poemas por parte de sus autores y las explicaciones de los cuadros por los pintores. Cada año se editan dos libros de poemas, además un zaquizamí (libro en miniatura que condensa versos como gotas sublimes de arte: “La vida no es una improvisación, sino el vértigo de una noche de estreno” –Isabel González-) y un Almanaque compuesto, como no podría ser de otra manera, de poemas y pinturas.
En plena crisis y cuando hasta familiares del Rey han de pasar por los tribunales porque confunden la dignidad con la avaricia, bueno es que existan espacios pequeños donde predomina la camaradería por la cultura y el respeto al arte por encima de cualquier condición, que es lo que se descubre en Cuadernos de Roldán. Quedan advertidos.