Recuerdo en estos días de pavorosos fuegos y corrida de toros con ministro de Medio Ambiente en el parco de honor junto a su Majestad el Rey, un chiste de Perich en vísperas de democracia, donde un bosque arde contemplado por un personaje vestido de frac (como estos que llevan los políticos en las procesiones) con este comentario:” Cuando un bosque se quema, algo suyo se quema… Sr. Conde”. Ha pasado muchos años, el descontento social es estremecedor, y los bosques de España continúan ardiendo independientes de quienes son los propietarios, miles de hectáreas se carbonizan en un país asolado por la desertización y la corrupción.
Naturalmente los dueños de estos bosques no son peones albañiles, dejarían de serlo por pura lógica de valores materiales. Lo que pretendo decir es que cuando se queman tantas hectáreas pobladas de árboles algo de todos los españoles está arruinándose, máxime, cuando cientos de miles de hectáreas pertenecen o están bajo la protección del Gobierno central y de los autonómicos.
Sin embargo la indiferencia de una gran parte de la población es un retrato gemelo al de los muertos en carretera, que han quedado en un riesgo asumido y el comentario no sin cierto morbo tras el fin de semana. Animales de costumbre cada vez mejor dirigidos por los amos del cotarro, arrastran el esqueleto entre la sumisión, la indiferencia y el comentario. Los cadáveres cada día huelen menos, es como el rancio chiste sobre el mal olor que ya no olía.
Los esqueletos no molestan al olfato, pueden estorbar al caminar, a la hora de sacar el coche del garaje para ir a respirar aire puro a la sierra. Pero la sierra, el monte, señor Ministro, se está quemando mientras la indiferencia aumenta, porque ciertamente el bosque no es de uno, lo que no es otra cosa que una falsa justificación, que lo único que oculta son intereses económicos y odios vecinales, falta de responsabilidad moral hacia unos intereses que son un bien comunitario.
Pero cómo van a entender que estamos arruinando un bien común, si quienes tienen que dar el ejemplo predican todo lo contrario con sus frases y discursos huecos que ni ellos mismos creen. Cuando uno los ve en esas procesiones tan pingÁ¼inos de aldea bajo un sol de justicia al que hay que sumar las expresiones de las caras, ese rubor externo que sin ellos darse cuenta expresa sus interiores, porque desde los adentros algo les susurra que ellos mismos se están quemados internamente.
Alguien quema los bosques, mientras otros queman sus propias conciencias, sus verdaderos papeles, no para dejar de encarnarlos, sino para asumir con todo descaro los personajillos secundarios de la comedia por encargo: “Lo que la gente quiere” ¿A qué tipo de gente se referirán? Así estamos, ya nadie huele a universo y cuando se quema un bosque la gente, esa gente, suele exclamar que lo que se tiene que hacer es apagarlo y lo demás son murgas. Los mensajes ya no sirven a no ser que alcancen muy directamente a sus carteras. Alguien nos ha conducido a esta hedionda filosofía y religión de vida, poco importa si los bosques continúan teniendo propietarios condes o son sociedades anónimas que los necesitan para su relajamiento y monterías de compro y vendo al estilo de la “Escopeta nacional” de Berlanga.
Personas irresponsables amantes de la paella campera y la mugre, pirómanos, madereros, rencores, furtivos, constructores enfrebecidos envenenando la naturaleza con incontroladas urbanizaciones, ayuntamientos cómplices. Ministros y alteza que van a los toros. La nueva Comedia Humana que por supuesto no ha leído a Balsac, ni puñetera falta que les hace. De manera señor Conde, que si los bosques se queman arreglase usted como pueda. Como último refugio en la reserva, los que mandan y gobiernan tienen Africa para sus fines de semana con elefantes incluidos.
Del libro inédito “Crónicas cotidianas”