Cultura

Cuentos

[Textos para tiempos de inodoros]

Fin.

Fin. Gira por la vereda de la avenida, el boulevard está lleno de tilos florecidos, los autos con delicada ignorancia siguen su curso, el aire esta un poco frío, y el sol empieza a salir, es un día limpio, tanto como para seguir caminando.

Ahí va, camina sin saber dónde, lleva el mentón al cielo y cierra los ojos, extiende las manos hacia atrás y al suelo. Los caminantes lo ven y cambian de acera. Se sonríe, y deja caer una lágrima, ni de cuentos ni de novelas, una lagrima con más fuerza que la propia ciudad y con más sencillez que los mismos tilos cuando caen.

Lo enviste un sentimiento de energía y corre por momentos; sigue su curso, ahora se tranquiliza, deja fundir su cuerpo en un banco del boulevard y llora desconsoladamente, tomando fuertemente la madera donde se sienta, a la altura de sus rodillas.

La mañana se desboca a las 10:00 AM, solo se refleja en su cuerpo la gravedad.

Toma una mano con la otra como queriendo exprimir sus propios dedos, el paso del sol sobre la copa del árbol que lo cubre, muestra, ahora, su piel pálida. Sentado estira sus piernas y las cruza, lleva sus manos a la cara y la tapa, solo ahora cubre sus gestos.

La quietud lo invade y lleva sus ojos a una baldosa, vuelve en si, se compone, se para y estira la piel de su rostro, planchándola con firmeza hacia atrás, un gesto de rudeza envuelve desde su cabello hasta sus piernas, y retoma el camino de regreso por donde vino.

Un hombre más caminando por el centro de la ciudad, se detiene a comprar cigarrillos, rompe el seguro del atado, se apoya en la pared de la casa vecina, un cigarrillo esta en su boca mientras las manos buscan automáticamente un encendedor, su vista quieta e inmóvil delante de su cuerpo.

Sigue caminando, fuma, sigue caminando, con la mano izquierda lleva el cabello que cae en su frente hacia atrás. Un último absorber del tabaco que luego termina debajo de la suela de su zapato y entra.

Me acerco a leer la chapa de la puerta del lugar:

Servicios fúnebres Deloit

Sala 1:

Marcio Gabriel Azcunaga.

18 años.

(Favor no enviar flores).

Comienzo.
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Cotidiano.

Abro los ojos, dos personas me ven, alguien juega con el reflejo de su reloj que termina en mis pupilas, estoy más pesado que nunca, no puedo oír más que un zumbido y detrás de esto, algunas voces. Me siento borracho. Tengo demasiado sueño, todo comienza a apagarse. No oigo, no veo, no e intentado hablar, ningún olor se precipita, mis manos no deben dejar apoyados mis dedos- nada siento de ellos), esperen!, un sabor plástico froto mi lengua. Me agota pensar todo esto, me duermo.

-y a dónde pensas ir!?, decime la verdad…¡Sabía que tenés otra!. ¡Dios!

Sigo caminando, tomo el bolso donde generalmente llevo la ropa de tenis, meto unas camisas, un par de zapatos, mi billetera, la visa, la master, la del club, ella sigue gritando eufórica.

Estoy saliendo de casa, mi hija tiene doce años y esta llegando de la esuela, es pasado el mediodía, viene y me abraza, me pregunta si voy al club, le digo que después la llamo, nada nota y sigue camino a casa, va a encontrara su madre llorando.

Mi auto, un cabrio azul, salgo tranquilo a sumergirme en la ciudad, a pensar un poco.

Debo haber dormido mal, es una molestia en la espalda, no peor aún un mal movimiento, ahora es el hombro. Tomo la avenida, el pecho comienza ahogarse, no puedo aparcar acá, tengo que seguir hasta el próximo semáforo.

Una bocina, tacones, voces que ríen y tiran letras, motores de coches, la música de los locales del centro, la música dentro de los autos, las palomas sobre la iglesia, celulares sonando, puertas con bisagras sin aceite, tropiezos, ladridos, un silbato policial..Alguien frena bruscamente, un choque.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.