Cultura

Cuentos vagabundos, de Gisbert Haefs

No es en el vencimiento del pulso narrativo -de fresca lozanía- o en la perspicacia del autor- acrisolada en su amplio bagaje- pulida hasta convertirla en sexto sentido donde reside la belleza de la obra sino en la vasta inmersión del alma humana y el hallazgo tan juicioso como demente, tan excepcional como cotidiano, tan sumamente cómico como dramático, que contiene en sí. Quizás como la transparencia de la bebida espiritual que embota los sentidos y, sin embargo, nos inhibe y aligera de la carga existencial que pesa sobre nuestros hombros. En «Cuentos vagabundo»s, como su propio título previene, deambulamos sin aparente concierto o destino que armonice la lectura. La disparidad de temas y géneros, son alicientes del viaje placentero que nos propone el autor. En el periplo que comienza con «El testigo», asienta el talante paciente y abnegado con el que nos cede sus pretensiones literarias, que no son otras que las de hacernos disfrutar con su forma de contar, ensartando el rasgo emocional e intelectual de los personajes, a modo de rosario de cuentas. Una a una sin demora pero con pulcritud y veneración.

Cuentos vagabundos, de Gisbert Haefs

Cuentos vagabundos, de Gisbert Haefs. Ediciones Evohé Narrativa

Julio Cortázar reflexionaba: «El elemento significativo del cuento parecería residir principalmente en su tema, en el hecho de escoger un acaecimiento real o fingido que posea esa misteriosa propiedad de irradiar algo más de si mismo, al punto que un vulgar episodio doméstico, como ocurre en tantos relatos admirables de una Khaterine Mansfield o un Sherwood Anderson, se convierta en el resumen implacable de una cierta condición humana, o en el símbolo quemante de un orden social o histórico». En «Cuentos vagabundos» no hay concesiones para el desaliento. El autor germano congracia al lector con sus propias debilidades que construye con una mirada ácida, lúcida, crítica y humorística de la humanidad. El ser humano vierte a la par esperanza y frustración. Un halo de triste dulzura se mantiene en la conciencia; una vaga definición de lo sucedido, en la estampa que describe cada cuento, nos interpela desde la curiosidad pero también desde la inquietud. Gisbert Haefs escudriña el íntimo espacio de la soledad reflexiva de cada personaje, y aporta, sin intencionalidad acusada pero de resultados enigmáticos, ese umbral propicio para imbricarnos en su quehacer literario.

El enigma es siempre resultado del afianzamiento que procura la trama que nos describe. Conforme ésta hurga en el acontecimiento, suceso o ánimo el desenlace queda en un lugar secundario. La historia que se nos cuenta tiene valor por sí misma, por cómo se cuenta. La quemazón de la que nos habla el escritor hispanoamericano, es patente en la sencilla hilatura que nos expresa el europeo. Teje, con cálida empatía, el discurso de los acontecimientos y los impregna de esa fina capa de trascendencia que nos envuelve como fina niebla

El autor de Aníbal, en los dieciocho cuentos que componen esta obra, confecciona una miscelánea de diversos géneros -histórico, policiaco, negro, realismo mágico-, en los que la mordiente principal es el velo que encierran las obsesiones, pasiones, conmociones y decepciones humanas y su relación con el contexto social, histórico o ficiticio en el que se desarrollan y, entre ellas, la política y la religión. Hay un deseo explícito por contravenir la senda más cómoda. Gisbert Haefs, no huye de las dificultades y encara cada relato con la certidumbre que cada uno de ellos necesita su propia encarnadura, su propia naturaleza literaria. Y es que como afirma en Ángel de la penumbra: «Los oídos no tienen principios»,  y él los agudiza para no perder un ápice de relevante detalle. Evidentemente hay una corriente que fluye entre todos ellos: esa apabullante y campechana sencillez que reviste a la lectura de proximidad y cercanía.

Otra nota significativa es la absorción de lo mundano como germen de lo genuino. Los rasgos más sobresalientes de la literatura contenida en esta obra procede de lo cotidiano y la intrahistoria que construyen y deconstruyen los personajes en sus avatares ficiticios o reales. Destaco dos de ellos, ·Retorno al hogar» y «El amor, la muerte y MÁ¼nstereifel». En el primero la dignidad del hombre frente a la adversidad, no declina en un gesto de zozobra o derrota. Apuntala ese único tesoro como seña de identidad hacia sí mismo y su futuro. La guerra como telón de fondo es pretexto para que el universo mudo y emocional de cada hombre se transparente y rebele ante la humillación. En el segundo, la habilidad del autor logra infundir a los tres personajes el carácter de las diferentes Alemanias a las que pertenecen. La socarronería de uno desespera la inflexibilidad racional del otro. La curva sostenida en el ambiente distendido de una barra de bar, es laboratorio de caracteres y filosofías ante la vida. La mordacidad del autor y el luctuoso tema que trata, cobra vigor visto desde la narración que, entrecortada y prolija, recupera la oralidad como fuente de distracción y relación.

Gisbert Haefs respondía ante la obra de su orgullo: «Espero que sea mi último libro antes de morir». Con la naturalidad y modestia de quien escribe desde el principio del inconformismo, nos regala en esta obra una muestra exultante de la palabra desinhibida pero construida con solidez y viveza. Louise Aldrich escritora norteamericana de origen chipewa y autora de «La casa redonda», señala que: «El mal es el mal, no hay escapatoria. Sin embargo, lo que me fascina es el encanto, la dulzura, incluso la extraña bondad que posee y cultiva tanta gente que hace el mal». En ese introspectivo trasunto, pero con su peculiar análisis «Cuentos vagabundos» rasca la epidermis de las emociones humanas para asentir en la claridad y la sombra.

Sobre el Autor

Jordi Sierra Marquez

Comunicador y periodista 2.0 - Experto en #MarketingDigital y #MarcaPersonal / Licenciado en periodismo por la UCM y con un master en comunicación multimedia.