«El problema de Bill es que le pierde esa afición por las frases lapidarias, una consecuencia directa de su vocación frustrada de político».
Página 14.
«El olor del café que hace días que no compro ha ido penetrando en el dormitorio de manera subrepticia, hasta acabar convertido en una presencia tan corpórea como la cama, la lamparilla de noche o mi brazo recostado bajo la almohada».
Página 20.
«[…] que no es que sienta ninguna fascinación morbosa hacia la muerte ni nada por el estilo, pero que pensaba que podíamos matar el tiempo dando un paseo por entre las lápidas y que, además, el cementerio está muy fresco a estas horas».
Página 61.
“Las laceraciones, las abrasiones, la fascinación de ver por primera vez las mutaciones en mi carne como un hermoso reflejo de lo que sentía en corazón, una plasmación del compromiso que no podía expresar de otro modo”.
Página 116.
“Dios ama a los pecadores. Al menos, eso era lo que solía decirle Gilles, que, de entre todas las criaturas de la creación, por ninguna mostraba mayor predilección que por aquellos que se apartaban de su lado. El magnetismo de las ovejas negras, que siempre consigue sofocar la fría luz de los que se limitan a caminar por el sendero más largo”.
Páginas 177-178.
Cuerpos descosidos es el cuarto libro del autor en ver la luz. Cierto que el tercero Abominatio, por su peculiar formato (colección de nanorrelatos) la luz se vio en Internet y fue una obra de acceso gratuito para todos los que gozamos de conexión a la Red. Sin embargo no se trató de un paso menor porque Javier Quevedo abandonaba en parte sus inicios literarios para enfocarse a un género que le es propio y natural, como se puede sentir desde casi la primera página de esta novela original y angustiosa. De hecho, y sin lugar a dudas, encuentra el camino de su pluma y de su estilo, que ya le había deparado algunos reconocimientos cuando se ha concretado en relatos. Esta primera novela de género impacta sobre todo por las ideas que subyacen a la historia, por la materialización de los sentimientos de una forma tan marcada como significativa.
La estructura, que arranca en la forma de las novelas por entregas del siglo XIX, engancha al lector con historias diferentes que se desarrollan en capítulos lo suficientemente largos como para avanzar en el tema y lo suficientemente cortos como para sembrar la curiosidad en nosotros, la estructura, digo también plantea a un autor inconformista y preparado para usar toda su artillería para hacer que la historia (o las historias) tengan su individualidad, su personalidad, convirtiendo al libro en algo real y no en una copia de una novela de King o Barker.
Las descripciones son vivas, y desagradables cuando tienen que serlo, pero el libro no escurre sangre innecesariamente. No se trata de un guión de vísceras para una película estadounidense, ni de una snuff movie. O, en palabras del autor, «no aparecen psicópatas con una sierra mecánica que persiguen a Miss Camiseta Mojada», como dijo durante la primera presentación de su obra en Madrid, el día 12 de marzo en la Librería Escarlata. De hecho el terror de Javier Quevedo Puchal es mucho más inteligente y psicológico que todo eso. Alcanza los rincones sombríos del alma y por eso resulta demoledoramente realista a pesar de sus elementos fantásticos. Y también por esa razón asusta realmente. No es el dolor físico o la muerte lo que al final atenaza al lector, sino los macabros recovecos del cerebro humano y los negros vericuetos de su corazón. En una época en la que el «Monstruo de Austria» se ha hecho público, entre otros casos, plantearse la verosimilitud de las desviaciones emocionales de las personas no tiene mucho espacio. Por eso, sin duda alguna, el ser humano es el monstruo más terrible y no hay invención fantástica ni criatura mitológica que pueda comparársele en crueldad y capacidad de destrucción. Y eso es algo que entiende a la perfección Javier Quevedo a la hora de contar su historia y de concebirla.
Esos elementos fantásticos a los que hacía referencia anteriormente, no están traídos por los pelos o son superfluos. En realidad son parte del núcleo de la historia y constituyen uno de los grandes aciertos de la novela, tanto en lo que plantean o significan en el conjunto como en sí mismos. No es, por lo tanto, posible, hablar mucho de ellos sin revelar una parte fundamental de lo narrado que traduce lo psicológico en lo material, como si somatizase las culpas en el dolor físico de una y otra manera.
Todo está muy bien entrelazado, de forma que el resultado, dentro de su “abominación” resulta lógico y coherente, una río que fluye (sangre, culpa y dolor) hacia su desembocadura, que es el mar donde el círculo se cierra y el autor demuestra que sabe salir de un principio prometedor con la cabeza alta, sin haber perdido fuerza a lo largo de la trama, sin haber perdido valor por la confluencia de voces en una sola que se vuelve protagonista omnisapiente.
Un libro sólido que confirma a un autor en el buen camino, que parece estará sembrado de terror, una historia que engancha y unas poderosas metáforas insertadas en los personajes, alegorías andantes que pueden hacer reflexionar mucho sobre el hombre y su relación con la culpa cuando es la versión enfermiza de Crimen y castigo. Para un miedo profundo y sin aspavientos vacíos.