Estaban removiendo la masa de higos cocidos en un gran perol de cobre que les había prestado el cocinero del monasterio para hacer la mermelada. Ting Chang, con mano de experto, iba vertiendo el jengibre y unas plantas algo ácidas que el Maestro había ido a buscar al río antes de amanecer.
– ¿Y por qué tienen que ser recogidas antes de que salga el sol? – preguntó Sergei -.
– Por la naturaleza propia de algunas plantas que experimentan una conmoción cuando reciben la luz. De ahí que algunas personas piensen que los sanadores y los conocedores de la botánica tienen algo de brujos porque salen a buscar ciertas plantas en las noches de luna llena o en cuarto menguante, o cuando no hay luna. Y otras es preciso recogerlas después de una gran lluvia, por primavera, mientras que otras especies requieren la estación seca. Ya ves. La ignorancia es muy atrevida y denominan brujos a quienes poseen una sabiduría experimentada y se guían por los ciclos de la naturaleza.
– Maestro, me habías pedido que te recordase lo que le había sucedido al Mulá Nasrudín en Bombay.
– Fue al Mulá Joha, al menos así lo registran las crónicas. Resulta que el Mulá había ido de viaje a India desde Afganistán.
– Sí que viajaban estos Mulás, Noble señor.
– Se trata de viajes especiales, Sergei. Son metáforas de la vida que jamás se detiene. Salvo en el caso de aquel estudiante que había terminado sus estudios “completamente” ¿recuerdas?
– Sí, por eso creo que deberíamos de emprender algún viaje.
– Sergei, escucha. Fue durante la dominación inglesa en India. El Mulá tenía que trabajar para ganarse la vida y empujaba un carro de largas varas para llevar mercancías de un lugar al otro de la ciudad. Como las calles estaban tan llenas de gente, al Mulá no se ocurrió otra cosa que ir pregonando “¡Cuidado con sus culos! ¡Ábranse! ¡Aparten sus culos!” Y cosas por el estilo, lo cual sentaba muy mal a los ingleses. Así que lo consultó con su amigo Wali que le dijo muy serio. “Mulá, ¿no te das cuenta de que los ingleses son muy refinados y que tu lenguaje ofende su pudor victoriano?” El Mulá le escuchó en silencio y cambió de técnica. Pero le falló y, al cabo de unos días se volvió a encontrar con Wali y le espetó “Wali, ¡eres un asno!” “¿Por qué?”, le respondió éste. “Porque, siguiendo tu consejo, cambié por una expresión más culta y no funcionó en absoluto. Casi me aporrearon”. “¿Qué les decías para que se apartaran?” “Pues algo muy culto ‘¡Shakespeare!’ ‘¡Shakespeare!. Parece que les molestó bastante. ¿Quién puede entender a los ingleses?”
J. C. Gª Fajardo